Marc Vidal, Up in the cloud.

El primer fin de semana que pasé con la persona que comparto sueños, Lara, fue en Portugal. De eso hace ya tiempo y a las primeras expuse, sin pretenderlo, como sería eso de tener una relación conmigo. Le envié un billete de avión Barcelona-Lisboa y le dije que cuando llegara, en un SMS le informaría del hotel al que debía dirigirse. Yo debía llegar con un margen de apenas unas horas y debía ser desde otra capital europea. Así fue, y la mirada de sorpresa e ilusión que puso al comprobar que todo encajaba en el aparente caos que rodea mi día a día, se le enciende todavía hoy cuando le digo «haz la maleta, nos vamos».

Hace mucho tiempo descubrí que una nueva pobreza se estaba inoculando en el sistema, pero que  sorprendentemente no era de tipo económica aunque  a medida que iban incorporándose en las listas de la  miseria más ciudadanos y familias así lo pareciera dejar claro. Pero repito, no era una «crisis» económica la que se avecinaba. Lo escribí hace ya 7 años, era probablemente una gran bola de estiércol que avanzaba irremediablemente, pues no había nadie con la voluntad de detenerla. Era pues, una crisis de carácter moral, de estímulo y sobretodo de espíritu de sacrificio y de valor emprendedor. El valor negativo del fracaso, la sospecha sobre el éxito y la falta de instrucciones para soñar un futuro distinto fueron minando nuestra sociedad. No nos educaron para emprender. No nos explicaron lo importante que es tomar las riendas de nuestra propia existencia. Seguramente nadie quiso transmitirlo, me temo, y nadie estaba dispuesto a escucharlo, supongo. Ahora, con todo ello nace una nueva clase social soportada por herramientas privadas o religiosas que suman lo necesario para que en este país nadie se muera de hambre. Un nuevo estigma socioeconómico compuesto por familias jóvenes monoparentales, con el paro vencido, niños pequeños y con deudas de todo tipo incluyendo tarjetas y créditos al consumo que han ido inflándose con los primeros impagos. Un estrato social que roza la miseria y que, en su pobreza, esconde la ineficacia de los estímulos ofertados por la administración miles de veces. El círculo se va cerrando y toda la metodología que planteaba recuperar un modelo consumista se muestra operativa a corto, pero terrible a medio plazo. Es como recoger excrementos con la mano, siempre sale mal. Ahora sé perfectamente que «España será emprendedora o no será».

La reacción sigue siendo lenta y casi imperceptible, pero se va labrando  Unos emigran, otros se reinventan, algunos se deciden por recortar, un buen número se lanza a la calle y, cada vez más, unos locos soñadores deciden apostarlo todo al «rojo, par y pasa», pues pase lo que pase, pasa lo que quieren que pase: que pase algo y eso sea lo que ellos han soñado. Tener esperanzas y sueños de negocio rentable no es suficiente para ponerlo en marcha, por supuesto, pero es el primer paso de un largo camino. La creación de empresas de modo deliberado es la evidencia de que se ha tomado una decisión por uno mismo y se ha dejado de lado toda una  literatura rancia sobre montar negocios y una educación esclerotizada que culpa a los valientes creativos y osados de clase y premia a los «empollones» que siguen al pie de la letra cuanto les piden. Encontrar personas adecuadas y recursos será el siguiente paso.

Os animo a que cada jornada se encienda con la ilusión del primer día de cualquiera de vuestros sueños. Mirad bien, este mundo grisáceo que todos  escriben como «crisis» es una diapositiva apagada a primera vista, pero repleta de colores cuando, por fin, aceptas que no estamos en ninguna «crisis». Lo duro no es no tener dinero, lo jodido es no tener ilusión. Lo primero se puede pedir, lo segundo no. Yo he  perdido dinero muchas veces en mi vida, pero peleo para no perder la ilusión. Que los que me rodean no la pierdan es también mi mayor reto. Soy  adicto a las miradas que dicen «hoy es el primer día de todo cuanto me queda por vivir».