Marc Vidal, Up in the Cloud.

La Terminal 2 del nuevo aeropuerto de Hong Kong es una maravilla. Con la estética asiática es capaz de transportarte al futuro. Amplio, diáfano y tremendamente funcional. El sector que me fascina es uno que conjunta diversos espacios suspendidos y balcones. Los conectan una compleja pero eficiente red de pasarelas que permiten observar detenidamente todo lo que pasa ahí abajo. La última vez que estuve recuerdo que un hombre regalaba caramelos a los niños, vistosos relojes de plástico a las mujeres y elegantes corbatas a los caballeros. Lo estuvo haciendo durante horas. En un momento le cuestioné qué vendía y me respondió que aún nada, que de momento captaba futuros clientes, pues como no tenía demasiado dinero había decidido buscar una masa crítica y luego investigaría qué necesitan. Pensé que, o estaba loco o era un emprendedor visionario capaz de jugarse todo su reducido patrimonio por una locura: emprender.

Diferente a otros que uno tiene que lidiar todos los días. En estos tiempos sigue enquistado en el modelo  emprendedor algún factor que no lo aleja demasiado de la cultura del subsidio. Hay quien solo tiene una idea, un«powerpoint» interesante y muchas ganas de dar conferencias, pero su apuesta personal se deriva de la capacidad por encontrar en una «ronda de inversión» alguien que coloque la pasta. La apuesta personal, pocos son las excepciones, radica en que les «localices» capital suficiente para auto ocuparse. El capital debe llegar, pero cuando toca. No antes.

La financiación es algo determinante pero no es imprescindible. Hay otras ramas que se deben cortar. Me está dando la impresión que emprender está como distorsionado. Ahora que las escuelas de negocio explican cómo hacerlo y los gobiernos se llenan la boca con el término, resulta que el modelo emprendedor no está engrasado. Hemos pasado del glamour emprendedor a la evidencia de que no todo es factible. Hoy en día es normal  escuchar a un emprendedor decir: «Yo no me dedico a vender, yo soy un técnico». Eso es un error dramático, un emprendedor no puede diferenciar ese perfil como si se tratara de un directivo de una multinacional.

¿Cuándo se ha visto un emprendedor que no sea un vendedor de su proyecto? No es necesario apostar al rey, esperar que un director comercial externo aparezca por arte de magia, con un sueldo astronómico por un proyecto «start-up» y que aporte negocio. Aquí toca patearse la calle, regalar caramelos, relojes y corbatas. Menos dinero y más acción, menos financiación y más perseverancia. El proceso de crecimiento condicionará esas acciones, esas incorporaciones. Responsables de marketing y financieros, desarrolladores, diseñadores, capataces o lo que haga falta irán llegando, pero de momento, al principio, el emprendedor, si hace falta, pasa el mocho.

El paso de emprendedor a empresario es algo impreciso que se produce en un momento indeterminado, pero que algo tendrá que ver con eso. Seguramente, aunque hay empresarios que no dejan de ser nunca  emprendedores pues el «capital aportado» no cambia el espíritu de construir proyectos desde abajo y disfrutar viéndolos crecer.