Por Ignacio Buqueras, presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios en España (ARHOE)
Para muchos trabajadores los meses de junio, julio y agosto son el equivalente a un oasis para un explorador que transita perdido por el desierto. Concretamente lo es para aquellos trabajadores que durante este periodo del año tienen la oportunidad de acogerse al horario de verano, ese invento que nos apróxima aunque sólo sea durante los tres meses estivales, a algunos de los usos horarios imperantes durante todo el año en los países de nuestro entorno.
Cada vez son más las empresas que adoptan este horario que distribuye la jornada laboral de un modo más racional, eliminando la jornada de tarde a cambio de adelantar la hora de entrada y retrasando la de la salida para ir a comer. De este modo se rompe con la pauta horaria que las empresas españolas siguen durante el resto del año, culpable entre otras cosas de las interminables jornadas de trabajo que vulneran sistemáticamente nuestras horas de descanso, por una jornada continua que concentra nuestra actividad profesional en un periodo más compacto.
Como decíamos antes, el número de empresas que adoptan esta medida se incrementa año a año, aunque también tiene sus detractores. Llama poderosamente la atención, sin embargo, que unos y otros en general se hayan venido planteando la cuestión hasta hace muy poco tiempo en términos de una prerrogativa, casi un favor, que se concede o niega al trabajador. Y sin embargo, ahora empiezan a salir los primeros datos que indican que la jornada de verano no sólo no supone una merma del rendimiento laboral, sino que lo incrementa. La jornada de verano sólo beneficia a las empresas que la aplican. En las empresas que aplican la jornada continua la productividad no disminuye sino que la gente está más satisfecha y el rendimiento es mejor.
Y es que está demostrado que la motivación de los empleados es mayor cuando tienen esta clase de horarios. Las medidas de conciliación siempre repercuten en una mejora de la productividad. La fórmula es sencilla: los empleados felices rinden más aunque el número de horas que pasan el la oficina sea menor. En España se hace necesario un cambio y pasar de la cultura de la presencia a la de la eficiencia.
Hasta ahora, las ventajas de la jornada de verano para el empleado se veían claras. Más tiempo para su familia, para su ocio, para sus asuntos personales. En definitiva, más tiempo para todo, o mejor dicho, más racionalmente distribuido. Pero ahora que también empiezan a vislumbrarse las ventajas para las empresas, quizás éstas empiecen a plantearse la posibilidad de implantar una «jornada de verano» durante todo el año. Ya existen iniciativas que exploran esta posibilidad. La conciliación, ése concepto que está en boca de todos pero en el que nadie parece decidirse a ponerle el cascabel al gato, parece abocarnos a ello.