En 2008, último año del que se disponen datos, España destinó el 1,35% de su PIB a actividades de investigación y desarrollo (I+D). Pese a los incrementos de los últimos diez años, todavía estamos por debajo de la media comunitaria (1,85%) y muy por debajo de los países más competitivos de nuestro entorno, como Alemania y Francia, que rebasan con holgura la frontera del 2%. Por no hablar de Suecia o Finlandia, que destinan en torno al 3,5% de su PIB. Por lo que se refiere al gasto en I+D que hacen las empresas, éste creció en 2008 un 8,3% respecto a 2007. Todavía, sin embargo, la mayor contribución al crecimiento de I+D procede de la Administración Pública.

«El tejido empresarial español está formado en su mayor parte por pymes sin departamentos de I+D que, llegado el caso, prefieren subcontratar o recurrir a colaboradores para beneficiarse de las innovaciones antes que invertir». Ésta es una de las razones que más escucha Susana Pablo cuando pregunta por qué son tan pocos los doctores que trabajan en las empresas españolas, tema de la tesis doctoral que desarrolla en el CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas).

A esa razón se suman otras: la propia cultura empresarial, el desconocimiento de la figura del doctor —a la que se asocian no pocos estereotipos, y hasta prejuicios— y el desacuerdo con el planteamiento de estos estudios, más centrados en la investigación básica y en la publicación de artículos que en intereses verdaderamente empresariales. «De acuerdo a mi experiencia, las reticencias de la empresa hacia el mundo académico son reales; porque la universidad, muchas veces, vive despegada del mundo empresarial, y es imprescindible que esto cambie. El objetivo de toda empresa es ganar dinero, mientras que el de cada investigador es ser reconocido por sus pares. Hay que crear una estructura puente que haga confluir a los investigadores hacia la innovación», sentencia Salomón Aguado, desde hace dos meses profesor de Finanzas de Udima (Universidad a Distancia de Madrid). Con su tesis, ‘Gestión de riesgos en agricultura’, Aguado ha logrado, además, que la empresa privada se interese por él. «Yo soy la excepción que confirma la regla», dice este joven de 32 años, consciente de que los doctores en Ciencias Sociales y Humanidades lo tienen aún más difícil en el sector privado.

En 2008, el 6,47% de la población ocupada española se dedicaba a la investigación. En total, sumaban 130.966 personas, de las cuales el 35,4% trabajaba en empresas, un porcentaje muy bajo que sólo superan Italia, Portugal y Grecia en la Europa de los Quince. En el resto de los casos, más de la mitad de los investigadores trabajan en el sector privado, y algunos países como Alemania, Suecia y Luxemburgo exhiben porcentajes por encima del 60%.

Pero dado que investigador y doctor no son términos sinónimos en las empresas, pues profesionales con estudios superiores y experiencia lideran y desarrollan proyectos de investigación, ni siquiera ese porcentaje del 35% se corresponde con doctores. Acusados de tener una formación teórica, hasta de ser demasiado mayores para buscar trabajo, se calcula que sólo el 4% de las empresas españolas valora su contratación. «Nosotros tenemos una mayor capacidad para hacernos preguntas y plantear soluciones con más creatividad», se defiende Andrés Hurtado, doctor en Químicas.

Nº de investigadores en Europa

(Entre paréntesis, porcentaje del total que trabaja en la empresa)

Fuente: Eurostat 2007 / Elaboración propia