Un año para olvidar la rutina diaria

Para la gran mayoría es un sueño inalcanzable. Pasar un año sin abrir el Outlook, sin convocar, ni ser convocado a una reunión y sin levantarse cada lunes pensando «otra semana más…». Y no se equivocan los que lo ven como una utopía, porque la posibilidad de tomarse un año sabático, en realidad, es un privilegio que muy pocos pueden permitirse, menos aún, en estos momentos en los que, como advierte el profesor de IESE Guido Stein, «es difícil adoptar este riesgo cuando de por sí te puede poner en sabático el propio mercado laboral». En ese grupo de privilegiados, donde abundan deportistas, actores o cantantes, se encuentra Ferran Adrià, que anunció a principios de este año que cerrará El Bulli durante 2012 y 2013, o también Charles Rozwat, vicepresidente de Oracle, que desde el verano pasado cursa un máster en Harvard. Junto a ellos, tan sólo el gremio de los profesores universitarios —siempre que cumpla los requisitos que impone cada centro, que suele exigirle al menos seis años de antigüedad como docente a tiempo completo— ha gozado de estos ‘gap years’, como son conocidos en la cultura anglosajona, donde sí está arraigado su disfrute.

¿Por qué no cuajan estos paréntesis profesionales en nuestro mercado? En primer lugar, es un tema cultural. Mientras que en Estados Unidos no es extraño que un joven se tome un paréntesis —para viajar, aprender otro idioma o trabajar como voluntario— al comenzar o al terminar la universidad, aquí suele verse como un capricho. Si ya hablamos de alguien que deja su puesto durante doce meses, la cosa se complica.

El segundo problema es meramente legal: «En la legislación no existe la posibilidad de cogerse un año sabático», señala Pilar Cavero, directora del área laboral de Cuatrecasas. La abogada explica que lo único que se puede hacer es acogerse a un periodo de excedencia voluntaria, lo que implica que a la vuelta no se tiene derecho a la reserva del puesto, tan sólo a que te proporcionen otro de igual o similar categoría y siempre que haya una vacante en la compañía. «No existe ningún otro mecanismo salvo que esté regulado en el convenio colectivo, como sucede en las cajas de ahorros con los tres meses de permiso sin sueldo. En estos casos, sí existe reserva del puesto».

Sin embargo, los expertos recomiendan llegar siempre a un acuerdo con la empresa. «Lo ideal es pactar la vuelta, si no, es muy complicado encontrarte con tu silla libre», aconseja Cavero. Esta dificultad, que el profesor Stein subraya, «el mundo de la empresa es muy competitivo, y si desapareces un año y todo sigue marchando pueden pensar que no eres tan necesario», se convierte casi en imposibilidad cuando el mercado laboral se encuentra en una situación tan precaria como la actual. Con más de cuatro millones y medio de parados, ¿quién se embarca en la aventura y el riesgo de un periodo sabático?

En Sabática, una empresa que organiza y gestiona este tipo de paréntesis para personas de entre 18 y 70 años con programas de voluntariado, formación, trabajo en el extranjero…, dibujan el perfil a través de sus clientes: mujer, de entre 25 y 30 años que ha terminado la universidad. Entre los que trabajan, destacan los profesionales liberales (25%) y los directivos (15%). En cuanto a las actividades más requeridas, ya que es importante recalcar que un año sabático no son unas vacaciones, más de la mitad destinó su tiempo a ayuda social y ambiental, mientras que un 24% optó por ampliar su formación. «Sobre todo, nos piden programas de idiomas, que es la asignatura pendiente de nuestro país», añade Meritxell Morera, directora de esta iniciativa, que cree que para que la cultura del sabático encaje en nuestro país no debe de implicar marcharse un año: «La mayoría de los proyectos que gestionamos no dura más de cinco meses». A estas actividades, Stein añade la de pasar un tiempo en otra empresa para aprender nuevos métodos, criterios y herramientas de gestión.

Para estudiar inglés, pero también para viajar, «y para pasear con mi perro, leer, cocinar…», aprovechó Pilar Cavero hace cuatro años. «En Cuatrecasas establecimos que los socios de cuota que llevan al menos diez años como socios pueden tener hasta seis meses sabáticos con derecho al 50% de la retribución. Yo me cogí entonces cuatro meses y espero que después de esta crisis lleguen los otros dos». Este tipo de fórmulas, consideradas como parte de la política de Recursos Humanos, es por las que aboga Alberto Bocchieri, socio de la firma Neumann International: «Eso sería un sabático auténtico; un instrumento dentro de la empresa que ofrece a sus directivos la posibilidad de salir durante un tiempo y sólo con una parte del sueldo». Para Bocchieri esta fórmula no sólo funciona para retener el talento sino como una medida anticrisis. «Sería interesante aplicarlo a posiciones que no son esenciales, pero que no conviene perder». Aunque, como advierte al respecto Guido Stein, «estas acciones se limitan a puestos directivos, no se podrían industrializar».

Lo que para Pilar Cavero fue «la mejor decisión de mi vida», sólo puede funcionar si se cumplen una serie de condiciones. A saber: que sea una decisión libre, que no se esté escapando de nada y que se encaje en la carrera profesional. «Para dar este paso hay que tener una estrategia —comenta Bocchieri—. Es un tiempo para reflexionar y buscar nuevos objetivos». En resumen, el socio de Neumann International, cree que después de un sabático hay que volver siendo «mejor directivo, mejor persona o, al menos, alguien más ilusionado».

La experiencia de la directora del área laboral de Cuatrecasas siguió este camino. «Cuando regresé, con ideas más claras, más descansada, recuperé las ganas por el trabajo diario». En su caso continuaba con su puesto, pero si a la vuelta hay que buscar otro trabajo, desgraciadamente, ni los empleadores ni los encargados de Recursos Humanos lo valoran como debieran. «No se le suele dar importancia porque es muy desconocido», reconoce Guido Stein. Pese a todo, los que han pasado por un periodo sabático no lo cambiarían por nada del mundo. Meritxell Morera recuerda el caso de un joven ‘broker’ que se fue a Australia con un programa de cuidado del medio ambiente: «Me decía que lo mejor era que no podía hablar con nadie de su trabajo. Al volver notó un cambio de actitud en su rutina laboral, y es que cuando te vas un tiempo, siempre tienes muchas cosas que traerte».

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