Alfonso Lara, actor

Cuando abandonó el banco en el que trabajaba, Alfonso Lara (Madrid, 1968) hizo suyas las palabras de Escarlata O’Hara y juró que nunca más volvería a pisar una oficina. Dicho y hecho. Desde ese lejano día de 1991 el actor no ha parado. Ahora compagina su trabajo en la serie ‘Amar en tiempos revueltos’, que emite Televisión Española, con la obra de teatro ‘Urtain’. Por su papel como mánager del boxeador está nominado a los Premios Max 2010 en la categoría de mejor actor de reparto.

¿Cuál fue su primer empleo remunerado?
Fue en una gestoría que se llamaba Protección y Asesoramiento que tenía dos sedes en Madrid. Yo estudiaba Administración en FP y todo iba encaminado a que, algún día, hiciera Económicas o algo así. Era muy jovencito, pero tenía la ilusión de ponerme a trabajar para retirar a mi madre. Mi padre murió hace bastantes años y yo quería llevar un sueldo a casa.

¿Qué recuerdos conserva de aquella experiencia?
El primer contacto fue bastante desagradable, porque a los de la oficina les habían prometido un graduado social y yo era un estudiante de Administración. Entonces, me trataron realmente mal el primer día. Después, me encontré por la calle con aquel jefe que me dio tanta caña y su trato conmigo cambió, con eso de que me veía en la tele… Pero salir del mundo de la escuela y encontrarme con aquello fue un horror. Ese empleo me duró unos dos años, porque de allí me fui a una empresa de saneamientos y de esa segunda empresa al Banco Popular. Siempre me fui de los trabajos, nunca me echaron.

¿Por qué se decidió a cambiar un puesto con fama de gris por otro tan lucido como el de actor?
Porque mi espíritu me demandaba algo de color. Y nunca he vuelto a llevar un reloj en la muñeca desde entonces. Y la verdad es que en el último trabajo estaba bien, mis compañeros eran agradables… Pero el cuerpo me pedía otra cosa, así que pasé un día por delante de una escuela de interpretación y me matriculé. Estuve dos años compaginándolo con el banco y, después, hice las pruebas para entrar al Laboratorio de William Layton, que ya exigía una dedicación completa. Engañé a mi madre y le dije que me habían echado, que no me habían renovado el contrato.

¿Qué le dijo ella cuando supo que apostaba por un oficio tan inestable?
Todavía me lo dice hoy. A veces se le escapa la frase de «¡Con lo bien que estarías en el banco!».

Algo parecido le reprochaba a Pedro Almodóvar su madre porque había dejado su empleo en Telefónica.
Exactamente. Yo intento convencer a la mía de que soy de los afortunados, que he tenido trabajo de forma muy constante y no he conocido el paro. Si yo me he acostumbrado, con 42 años, a la incertidumbre de esta profesión, ella también debe hacerlo.

¿Qué es lo más duro de su profesión?
Aparte del paro y la inseguridad, lo peor es que el actor es un artista muy dependiente. Al fin y al cabo un pintor, como el admirado Van Gogh, que no vendió un cuadro en vida, puede pintar en su casa y tener la sensación de que hace algo; pero un actor, no. Un actor necesita de un público, de un director, de alguien que le contrate y le reclame para ejercer su arte. Y esa dependencia o indefensión, que es intrínseca a esta profesión, es la sensación más desasosegante y triste.