Albert Boadella (Madrid, 1943) tiene una vida para contarla, como ya apuntó con su libro ‘Memorias de un bufón’ (2001). Contestatario y contestado, provocador de guardia, Boadella no tiene reparos en meter el dedo en el ojo cuando lo cree necesario, y su reciente libro ‘Mis desayunos con ella’ (Espasa) es buen ejemplo de ello. Ahora, desde su puesto como director artístico de los Teatros del Canal de Madrid, despide 2012 y encara 2013 con producciones como ‘El veneno del teatro’, ‘Memorias de un caballo andaluz’, ‘El último jinete’, el Festival Talent Madrid, la ópera ‘Pepita Jiménez’, con dirección escénica de Calixto Bieito… y su propia aportación, la próxima primavera, con ‘El pimiento Verdi’, una confluencia de Verdi y Wagner que contará con libreto y dirección del propio Boadella. El ‘traidor nacional’ de Cataluña –como él mismo se define- está en perfecto estado de revista.

¿Cómo recuerda su primer dinero por un trabajo?
Monaguillo profesional, por decirlo de alguna manera. Tendría unos 8 años. Estaba en el colegio La Salle y recuerdo que tenía que levantarme a las 6.30 para los primeros oficios. Hacíamos 2, 3 misas y algunas los viernes por la tarde. Pero más que dinero, era un intercambio por la educación.

Cuando sí llegó el dinero fue por el trabajo manual…
En efecto, mi padre se empeñó en que aprendiese un oficio y fui aprendiz de grabador y cincelador –no sé si ahí empecé a forjar mi gusto por el detalle…-. Tenía 17 años y ganaba 75 pesetas semanales, que iban a la economía familiar.

¿Cómo alternó lo del cincel con la escena?
Durante un tiempo, trabajaba por la mañana y probaba con el teatro el resto del tiempo. Aquello empezó porque querían que estudiase la carrera diplomática, pero era un verdadero rollo, como llevar dos carreras al mismo tiempo. «Pues tendrás que estudiar algo»; dije «teatro», y empecé a estudiar mimo.

Y enseguida llegó la compañía de teatro Els Joglars. ¿Cómo ha administrado su dinero desde los inicios de ese  proyecto?
Los comienzos fueron duros. No ganábamos prácticamente nada, pero fue mejorando y se convirtió no solo en una forma de trabajar sino de vivir: uno se encargaba más de las cuentas, otro de reparar lo que hubiese que reparar… Eso sí, el parón de la cárcel fue para tenerlo en cuenta –fue condenado a principios de la Transición por una obra de teatro–. Lo de ‘La Torna’ fue duro, todo un batacazo que afectó también al público. Ahí se cerró el grifo, indudablemente, pero cuando me escapé y fui al exilio, todo continuó y, desde entonces, no pasamos serios problemas económicos. Siempre digo que «el éxito de Els Joglars ha sorprendido a la propia empresa».

¿Cómo describe su situación actual, desde su puesto de responsabilidad… pública? ¿Y qué vamos a ver en los  Teatros del Canal?
Estoy enormemente ilusionado con este cargo y hemos conseguido convertirlos en un teatro de referencia, en un lugar enormemente cívico, en el que no haya amiguismo, no caer en lo de siempre –es más, invito a mis adversarios-. A la mínima que sufriera, me iría de aquí… En cuanto a los próximos estrenos, hay de todo, empezando por lo más inminente, un montaje redondo, ‘El veneno del teatro’, con un director y actores excelentes –Mario Gas y Miguel Ángel Solá y Daniel Freire–. Y el festival Talent Madrid, una oportunidad para encontrar nuevos talentos. Invito a que consulten la programación. Hay muchos motivos para disfrutar de la escena.

¿Cómo anda de enemigos desde su ‘exilio’ madrileño? Con su último libro, si no ha aumentado la nómina, la ha reavivado, sobre todo en Cataluña…
‘Diarios de un francotirador. Mis desayunos con ella’ repasa tres años contados sin tapujos. En él hablo de prácticamente todo: de arte, de toros… y de Cataluña. En ‘Operació Ubu’, en 1981, ya veía claro que iba a pasar esto, que iba a ser un proceso irreversible en busca de una tierra feliz y prometida, con la paranoia ante un  enemigo que no lo es. Lo veo como un montaje de ficción, al que asisto con una piel ya muy gruesa, en el que no me preocupa ser el ‘traidor nacional de Cataluña’, la tierra de mi infancia y juventud, la del sentido común. No es que sea masoquista, pero…

En sus obras han aparecido personalidades como Salvador Dalí o Josep Pla, ¿cómo cree que asistirían a este proceso?
Pues, desde luego, Dalí le daría una aportación especial, con su mezcla de inteligencia, genio y locura. ¿Pla? Representa la sensatez, el buen sentido, incluso un toque de dulzura… Diría cosas irreproducibles.

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