«No tengo ni vista ni olfato para los negocios»

Martina Klein, modelo y presentadora.

En la ‘alineación’ de las modelos españolas, Martina Klein (Buenos Aires, 1976), sabe lo que es ser titular. Muy pronto demostró que su camino no terminaba al final de la pasarela, sino más allá –sin necesidad de caída estrepitosa–. Ha probado suerte en televisión –«Celebrities», «El club del chiste», «Águila roja»…– y ahora atraviesa una temporada, como ella dice, ‘familiar’, en la que ostenta el cargo de ‘embajadora’ de Nestlè en campañas como«A gusto con la vida».

¿Cómo fue su primera experiencia como modelo?
La primera, primera, fallida, ya que, con 15 años, presenté unas fotos a una agencia pero no me llamaron y, sin embargo, meses después, fui con una amiga y me dijeron que por qué no probaba suerte con ellos. Y también recuerdo otra decepción, ya que me presenté como voluntaria en los Juegos Olímpicos de Barcelona y no me cogieron… por delgada.

Pero desde ese momento, todo fue hacia arriba…
La verdad es que sí, empecé a trabajar en anuncios y aún recuerdo la primera vez que fui a cobrar –no recuerdo cuánto–: había que subir unos cuantos pisos, tardaban bastante y, de repente…, ¡salió Judith Mascó del despacho! No me lo podía creer. Creo que cobré dos trabajos juntos, el de una marca llamada Tiburón y la figuración en un anuncio para televisión del Renault Clio Mecano, ese en el que sonaba la canción «Una rosa es una rosa».

Por suerte, ha demostrado tener la cabeza bien amueblada para moverse en este mundo desde tan joven…
Yo he puesto mi parte, pero los responsables son mis padres. Ambos son arquitectos, vivíamos en una situación acomodada y no querían hacer las cosas mal, tenían muy clara la importancia de los estudios y, desde el principio, me aconsejaron para moverme en mi profesión y administrar el dinero –por supuesto, en una cuenta corriente–. De hecho, lo de querer ser modelo era secundario: me imaginaba estudiando Historia del Arte, algo relacionado con el diseño… Eso sí, no dejaba de ser una niña, y recuerdo mi primera época muy emocionante. Como mi primer viaje, a Milán: iba con mi madre, pero no pudo evitar (ríe) que me pusiera unos zapatos con taconazo, lycra, mucho maquillaje… ¡vaya estampa!

¿Qué momentos destacaría de su carrera?
(Piensa)… El primero podría ser mi primer desfile en Gaudí, hacia el año 92 o 93. Fue mi primera experiencia a nivel nacional: me temblaban las piernas, y más aún con los tacones. A muchas modelos nos pasa lo mismo, pensamos «No subo, no subo, es imposible…». También destacaría mi experiencia con Peter Lindbergh en París. Fue sensacional. Y para situarnos en los últimos años, mi experiencia en «El club del chiste».

Fue toda una revelación la de «El club del chiste». Menuda máquina de contar chistes…
Antes de «El club…» había aparecido en La Sexta con un programa llamado «Celebrities», pero tuvo tantos cambios de horario que ni mi madre lo podía seguir. A partir de ahí, conocí a gente de la productora Globomedia. En una fiesta de cumpleaños me vieron contando uno de los –pocos– chistes que tenía en el repertorio, y me propusieron participar. Y allí que fui.

En estos años, ¿qué personas le han impresionado? Habrá conocido gente de distintos ámbitos que ni hubiera imaginado conocer.
Pues sí, muchas, pero… (ríe) me quedo con la última, Àlex [Álex Corretja, ex tenista y actual capitán del equipo español de la Copa Davis]. Después de tanto viaje, he coincidido con él, que resulta que es del pueblo de mis padres.

Ahora está más tranquila, con la campaña de Nestlè. ¿Dedica más tiempo a la escritura, una de sus principales aficiones? Juan José Millás le hizo protagonista de uno de sus cuentos. No está nada mal…
Sí, es cierto, después de tanto viaje, ahora me apetece estar con mi familia, en mi casa, y este trabajo me permite hacer algo gratificante, con una marca con la que me siento identificada, que aporta valores positivos y para la que soy ‘embajadora’. En cuanto a lo de escribir, pues sí, voy haciendo cosas, me gusta mucho la lectura y la escritura, y he hablado varias veces con Millás sobre lo que experimento a la hora de crear historias, de escribir.

¿No siente la inquietud de probar suerte como empresaria?
Nada, nada. Si te hablo de sentidos (ríe) no tengo ni vista ni olfato para los negocios. Me contento con haber sido empresaria de mi imagen. Prefiero no hacer, como suelo decir, castillos con palillos.

Y en cuanto a la formación de su hijo, ¿cómo afronta el futuro?
No soy pesimista, estos tiempos son malos, y nadie te garantiza el futuro. Si tienes la posibilidad de tener acceso a una educación digna y conduces tu vida con esfuerzo, respeto y gratitud, tienes parte del camino hecho, y yo procuraré que mi hijo los tenga muy presentes. Y como en una sociedad como la actualidad los idiomas son muy importantes, estamos ‘machacando’ mucho: inglés, francés y, más adelante, chino o alemán, o ambos. Hay que estar  preparado, pero, sobre todo, no forzar a nadie a que haga lo que no quiera.

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