No había antecedentes artísticos en la familia de Manuel Galiana (Madrid, 1941), pero el actor ya estaba presente en la infancia de un niño que representaba películas ante sus amigos y no paraba de fantasear con otros mundos, el mismo al que el acomodador del madrileño cine Elcano de sesión continua le decía: «Vamos, Manolito, que ya has visto cuatro películas y tienes que irte a cenar a casa».

Es uno de los grandes, desde sus comienzos –cuando el teatro ocupaba espacio en la parrilla de TVE– hasta la actualidad, con su participación en la serie ‘Gran Reserva’ y con la obra de teatro ‘Extraño anuncio’. Un hombre tranquilo que ganó el Premio Extraordinario de Interpretación en la Escuela de Cinematografía de Madrid y, con el tiempo, entró en la nómina de los distinguidos con el Premio Nacional de Teatro.

Tiene a sus espaldas más de 50 años de oficio, ¿hastá que punto está satisfecho de su trayectoria?
Bueno –sonríe–, hemos hecho nuestras cosas… A veces recuerdo cuando, en el colegio Sagrados Corazones, ya empezaba a participar en funciones, vestido, por ejemplo, de indio, con mis plumas y mi hacha. Y tuve la suerte de subir al escenario del Teatro Albéniz. ¡Quién me iba a decir que iba a ser, además de admirador, amigo de figuras de la talla de Carlos Lemos, José María Rodero, María Jesús Valdés, Amelia de la Torre!…

Tuvo la suerte de entrar en el Instituto San Isidro, donde se formaron otros actores…
–Allí coincidí con Emilio Gutiérrez Caba y con José Carabias –que también actúa en ‘Extraño anuncio’–. Fue fundamental, ya que impartía clases Antonio Ayora, que inoculaba como nadie el veneno del teatro y con el que representamos todo tipo de clásicos: ‘La dama duende’, ‘El gran teatro del mundo’, ‘El sueño de una noche de verano’… En el instituto confirmé mi pasión por vivir la vida de otras personas. Curiosamente, muchos años después, Natalia Verbeke me dijo que se decidió del todo a ser actriz después de una charla mía en su instituto.

¿Y cómo se produjo su paso a la televisión? ¿Fue en ese momento cuando empezó a ver ‘color’ a su oficio?
Sí, la televisión marcó ese comienzo. Después de la experiencia en el San Isidro, tuve la oportunidad de participar en la obra ‘La casa de los siete balcones’, en el Teatro Lara, que fue un éxito. Me vio Chicho Ibáñez Serrador y me propuso trabajar en el episodio de ‘Historias para no dormir’ ‘El último reloj’, basado en el relato de Edgar Allan Poe ‘El corazón delator’. Fue mi primer sueldo ‘importante’, creo recordar que unas 9.500 pesetas…  ya había diferencia de dinero entre la tele y el teatro, pero mi camino, al final, se decantó por el teatro.

Esa época, la de su trabajo en TVE, fue magnífica. Era uno de los actores más asiduos de la cadena, con grandes obras del repertorio clásico como ‘El gran teatro del mundo’, ‘Otelo’, ‘Llama un inspector’…
Pude trabajar con los ‘jefes de la tribu’, con Chicho, González Vergel, Pedro Amalio López… y con Gustavo Pérez Puig, que me dio la oportunidad de interpretar a Cyrano de Bergerac, uno de los papeles de la vida. Le estoy muy agradecido tanto a él como a su mujer, Mara Recatero, por el trabajo que podemos realizar juntos en el teatro… Todos ellos, más todos los directores, productores y actores con los que he trabajado me han ofrecido el privilegio de disfrutar tanto de mi profesión.

Su actualidad pasa por su colaboración en la serie ‘Gran Reserva’ –pronto se estrenan próximos episodios– y por su trabajo en la obra ‘Extraño anuncio’. ¿Qué destaca de cada uno de estos trabajos?
En ‘Gran Reserva’, donde interpreto a, como yo digo, «un hombre que llegó tarde a su suerte» he podido coincidir con grandes actores y, sobre todo, con Ángela Molina, todo un lujo. En cuanto al teatro, ‘Extraño anuncio’ es una obra-homenaje a Adolfo Marsillach que coincide con los diez años de su muerte. Está dirigida por la que fue su mujer, Mercedes Lezcano, en un  escenario de la talla del Centro Dramático Nacional, y creo que aporta al público un texto repleto de la experiencia y calidad que caracterizaban a Adolfo, en una función que no deja indiferente, es un trabajo muy especial en el que comparto tablas con actores veteranos como Ana María Barbany y José Carabias y otros más jóvenes, como Mónica Aragón, Óscar Olmeda y Kiko Sánchez.

¿Qué le puede decir a los jóvenes actores, a los que tomarán el relevo en su  momento, en tiempos como los actuales?
Creo que hay una cantera de magníficos talentos, y yo he tenido la oportunidad de disfrutar intentando enseñar lo que sé en compañías como Martes Teatro. No sé, este tiempo es duro, desde luego, pero el teatro sobrevive a todas las crisis, lo veo como un servicio social, en el que se habla y reflexiona sobre el ser humano. Desde luego, la profesión de actor es fascinante: por muchos días que representes una obra, una función nunca es igual a otra; recibes la atención y el aplauso de mucha gente que, de repente, cuando baja el telón, desaparece…