Mariola Fuentes, actriz
Al natural y de diario, Mariola Fuentes (Marbella, 1970) es tan maja como Jasmina, ese personaje que Elvira Lindo y el director Miguel Albadalejo le regalaron en ‘El cielo abierto’ (2001), el primer largometraje con el que se estrenó como protagonista tras más de una década de hacer cabaré, televisión y cine. Estos días, la malagueña hace doblete en la cartelera, porque a su último estreno cinematográfico, ‘Nacidas para sufrir’, se suma su debut teatral con ‘La ley de la selva’, un texto de Elvira Lindo que llega el 10 de marzo al Teatro Arenal de Madrid.
¿Cuál fue su primer empleo remunerado?
Un trabajo de verano en la papelería que una amiga de mi madre tenía en un supermercado. Era muy pequeña, tendría 15 ó 16 años.
Es hija de familia numerosa, la cuarta de siete hermanos. ¿Eso marca?
Claro que marca, marca en muchos sentidos. Para empezar, como pestañees no comes [Risas]. Como llegaras tarde, te levantaras o te dieras la vuelta en la mesa, desaparecía todo. Había que ser muy rápido para comer con tanta gente. Y con lo demás pasaba lo mismo, con la ropa, por ejemplo. Yo siempre he heredado; nunca he estrenado nada, ni ropa ni libros…
¿Cuándo y cómo descubrió su vis cómica?
Fue un poco casual. Empecé haciendo cabaré con un grupo que se llamaba Productos Lola. El local de Madrid donde ellos actuaban, Escueto, abrió una especie de sucursal en Marbella adonde íbamos la pandilla. Como, prácticamente, éramos los únicos clientes, nos hicimos súper amigos. Al acabar la temporada de verano, ellos se fueron y el dueño del local nos propuso a cuatro amigos y a mí continuar con el espectáculo de cabaré. Durante un año fuimos como el sucedáneo de Productos Lola, la cara B del grupo. Al principio ni siquiera lo dije en casa; luego, cuando se enteró, mi madre me montó un pollo. Ya en agosto del año 1989 nos propusieron venir a Madrid. Y aquí nos presentamos David Delfín [el diseñador de moda] y yo.
¿Recuerda cuánto cobraba por hacer cabaré?
En Marbella, nada. Allí trabajábamos por amor al arte. Después, en Madrid, cobrábamos 5.000 pesetas por noche.
¿El sueldo le daba para vivir?
Huy… Me daba muy mal; pero tampoco me importaba. En aquel momento éramos tan jóvenes como inconscientes. Cuando llegamos a Madrid descubrimos todo: la libertad, la noche… Vivíamos como en una película, y nos daba lo mismo que el papel de la casa fuera horroroso o comer huevos fritos con papas durante tres días.
¿Cómo se tomaron en su casa su decisión de irse a Madrid?
Casi nadie se lo hubiera tomado bien. Que, con 19 años, digas que te vas de casa para venirte a Madrid, ¡qué estaba tan lejos! Mis padres pensaron que acabaría mal; porque, además, es que me iba a hacer cabaré, algo que ellos identificaban con el mundo del alterne.
Desde entonces han pasado más de 20 años. Si tuviera que destacar un trabajo en su carrera, ¿con cuál se quedaría?
No sé… Cada trabajo me lo tomo como si fuera el último, porque nunca se sabe cuándo te van a volver a llamar. En esta profesión, nunca sabes cuándo va a sonar el teléfono.