«Me pagaron 500 pesetas por tocar la batería con 16 años»

Luis Rojas Marcos (Sevila, 1943) era un niño, y joven, hiperactivo, así que le aconsejaron que canalizara su energía con todo tipo de actividades… Se le ha ido la mano, ya que tiene un curriculum profesional de  exposición, con varios cargos de máxima importancia en la gestión sanitaria en Nueva York. Profesor de Psiquiatría de la Universidad de Nueva York, escritor, conferenciante, activo participante en fundaciones, Rojas Marcos ha dedicado buena parte de su vida a investigar qué pasa y por qué en nuestros cerebros, como en su último libro hasta la fecha, ‘Eres tu memoria’ (Conócete a ti mismo). Y predica con el ejemplo: hablamos con él a las siete de la mañana –hora de Nueva York– y desde su despacho nos comenta que no nos preocupemos si dedicamos un poco tiempo más del debido: «Para mí, una entrevista tiene parte de psicoanálisis, y hablar alarga la vida, así que, gracias».

Al repasar su biografía veo que su primer trabajo vino por la música…
Se me daba bastante bien la música y mi primer dinero llegó con un cuarteto llamado Yungay –por un pueblo del Perú–, donde tocaba la batería. Tocábamos en el Club de Tenis de Sevilla, en el Festival de Música Moderna… Recuerdo que por una de las primeras actuaciones nos pagaron 500 pesetas a cada uno, lo cual no estaba nada mal. Fue entre los 16 y los 18 años, y la música me ayudó mucho a fortalecer mi autoestima.

En tiempos en los que los padres miran con lupa a sus hijos, ¿qué les recomienda cuándo se enfrentan a un caso  de hiperactividad, déficit de atención…?
Mi propio caso es significativo: iba muy mal en el colegio, hasta que cambié a otro, una profesora me sentó en primera fila y me dijo que cuando me diera el ‘furbuchi’ saliera al patio a dar unas carreras. Todo empezó a  ir mejor. Ahora, disponemos de métodos de enseñanza, y de medicinas si es necesario, pero es vital no descuidar dos aspectos: saber canalizar la energía y fomentar la autoestima del pequeño.

¿Cuándo sintió la vocación por la medicina?
Mi madre me contaba historias de mi abuelo, que era médico en Liendo, un pueblo de Cantabria. Se llamaba Miguel Viezca y tenía varios pacientes pobres, a los que dejaba una peseta debajo de la almohada cuando  terminaba la visita. Una vez en la carrera, me decidí por la psiquiatría porque me preguntaba por qué sentimos  lo que sentimos, qué nos pasa por la cabeza…

Su hiperactividad también le ayudó a su llegada a Nueva York y, de ahí, a un tremendo despegue profesional…
Aparecí por allí con 24 años, por un contrato de residente en el Good Samaritan Hospital, en Long Island. A partir de ahí, cuando me han preguntado «¿Cómo demonios ha llegado un chico de Sevilla a hacer tantas cosas?», pues contesto que procurando llevarme bien con la gente y (ríe) haciendo muchas más guardias que los demás. Con el tiempo, cuando era director de psiquiatría de un pequeño hospital, conocí a Edward Koch –alcalde de Nueva York– y le debí caer bien, porque después me llamó para ser Director de los Servicios  Psiquiátricos de la red de Hospitales Públicos, desde donde pusimos en marcha el programa HELP –Homeless Emergency Liaison Project–, por el que recogíamos enfermos mentales que vivían desamparados en las calles de Nueva York.

Responsable de los servicios municipales de salud mental, alcoholismo y drogas,Presidente Ejecutivo del Sistema de Sanidad y Hospitales Públicos de Nueva York… y se tuvo que enfrentar al 11-S. ¿Cómo afronta uno  algo de esa magnitud?
Esa combinación de responsabilidad institucional e impacto personal cambió, por supuesto, mi forma de ver las cosas. Lo que fue único es que sucedió una tragedia en la que no había heridos, pero en la que los afectados mentalmente fueron miles.

¿Qué se puede encontrar en su próximo libro, ‘El instinto de la felicidad’?
Sigo pensando que se puede ser racionalmente optimista y que, a pesar de la que está cayendo, cada día vivimos mejor, con más esperanza de vida, que estadísticamente hay más democracias en el mundo… En este caso, me centro en la memoria, en cómo no es un disco duro ni un vídeo, sino algo que moldeamos con nuestra  experiencia, con nuestra forma de ver y afrontar la vida. En los genes está programada una tendencia a la felicidad que hay que procurar desarrollar.

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