La decadencia del imperio americano

 

Por Richard D’Aveni, profesorde la  Escuela de Negocios Tuck, Dartmouth Univ.

El capitalismo ha sufrido un cambio en su ADN. Los mercados y la economía nunca se mantuvieron estables, siempre han estado moviéndose en nuevas direcciones –a veces de forma forzada–. En un nivel micro, un comercio tradicional familiar de golosinas es reemplazado por otro que vende videojuegos. Algo se ha perdido, pero esa es la ley de la jungla económica. Debemos encoger los hombros y seguir caminando. Es difícil aceptar que un sistema, industria o economía ha alcanzado sus topes. Es lo que hemos presenciando en los últimos meses. Somos testigos de un seismo económico y político. Es nada menos que la caída de un imperio. El imperio estadounidense está cayendo y el poder se transfiere a China. Como en la antigua Roma y otros grandes imperios, Estados Unidos está sufriendo por la confluencia de fuertes rivales, población debilitada, incompetencia gubernamental, caída de la economía doméstica y excesivas ambiciones globales. ¿Cómo y por qué ahora?

Hay varias razones. Algunas pueden ser producto de la codicia. Primero, creamos una nueva política económica o ideología de libre mercado desregulado, basado en el comercio abierto, enfocado en la riqueza y el consumismo. Esto abrió el camino para precios y costos competitivos bajos, así como zonas francas a expensas del sector productivo. Esto dañó a los obreros y ejecutivos en algunas partes del sector de servicios. A ello se le agregó la excesiva asunción de riesgos. Las bajas tasas de interés para individuos, gobiernos y corporaciones generaron abundantes tomas de préstamos. Otorgando más poder a los accionistas y a las juntas e indemnizando a los presidentes con opciones de compra de acciones, el cargo de presidente se abrevió y los presidentes se enfocaron en el corto plazo. Los accionistas comenzaron a especular en vez de invertir a largo plazo. Y los valores de bienes raíces aumentaron porque se les ofrecían créditos para comprar casas a cualquier persona.

El pensamiento a corto plazo se volvió dominante en el gobierno estadounidense. Se generaron déficits gubernamentales y comerciales para satisfacer la creciente demanda de los consumidores. Al reducirse la riqueza de la nación y de la población, quedó claro que los valores de bienes raíces, acciones corporativas y la capacidad de las personas para continuar trabajando y pagar sus bienes y servicios eran totalmente artificiales. Desde Ronald Reagan hasta George W. Bush, los estadounidenses priorizaron sus deseos a corto plazo sobre el planeamiento a largo plazo. Sabemos qué pasó después: la economía se quebró cuando cayeron los valores de los bienes raíces junto con los créditos, y luego colapsó el mercado. La realidad es que Estados Unidos tuvo un descenso gradual en los últimos 50 años. Este período estuvo marcado por poderosas tendencias en paralelo a la codicia de los últimos años. Algunas tendencias fueron debatidas y no se pudieron probar. Por ejemplo, la creciente decadencia moral de los estadounidenses es un factor de de la caída general. Yo sugeriría que contiene un costado de la verdad. Es el final de la enfermedad del imperio.

Algunas cosas están menos abiertas al debate. En las últimas décadas se ha observado el crecimiento del poder económico de otras naciones. Primero, Japón ingresó al radar estadounidense a principios de los ‘80, cuando debería haber aparecido antes en nuestros primeros sistemas de alerta. Desde 2000, Estados Unidos ha estado en una mecedora mientras India y China empezaban a entrar en la historia económica con su rápido renacimiento. Otro elemento en este proceso ha sido la rápida difusión de la tecnología estadounidense y los métodos de fabricación. Estados Unidos ha liderado, pero otros países han sido más rápidos para imitar y mejorar nuestras invenciones. A esto pueden agregarse las maquinaciones y compromisos políticos que no colaboraron con la causa americana, así como el papel militar en otras regiones. Las disputas políticas internas y los estancamientos en los últimos 50 años dividieron a la nación dando lugar a un sombrío futuro. Todo esto suena negativo y pesimista. No son buenas noticias, pero es la realidad. Como lo demuestra el constante flujo de capitales y mercados, el cambio es un hecho vital en estos tiempos hipercompetitivos. Los problemas pueden resolverse –de hecho, debe comprobarse si Estados Unidos puede mantenerse en su lugar en la mesa– pero eso demanda un gran acuerdo entre el pueblo americano y sus líderes. «Sí, podemos» se ha transformado en: «Sí, debemos».

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D’Aveni aparece en el número 26 del ranking de la guía “Thinkers 50” 2009. Según los autores de la guía, que recopila de pensadores e ideas que forman la dirección estratégica actualmente, la subida respecto a la edición anterior es gracias a su bestseller de los 90, Hypercometition. Su nuevo libro, Beating the Commodity Trap, saldrá en enero y aborda uno de los mayores cuestiones de negocios de nuestro tiempo.

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