Lola Herrera

Lola Herrera, actriz

Lola Herrera (Valladolid, 1935), una de las grandes damas de la escena española, no exhibe maneras de diva, sino de curranta. Después de dos años y medio con una obra en cartel que le exige una buena forma física, la actriz está cansada, pero dispuesta a seguir disfrutando de esa carrera de fondo que libra en el escenario. Esta semana, ‘Seis clases de baile en seis semanas’ ha vuelto a Madrid, donde acabará la gira.

¿Cuál fue su primer empleo remunerado?
Yo empecé cantando a los 12 años en Radio Valladolid. Me presentaba a concursos radiofónicos cuyas eliminatorias se hacían semanalmente en el Teatro Carrión. De los 12 a los 14 años estuve cantando, y gané premios en metálico en Valladolid, León, Burgos, Madrid… La radio se fijó en mí y querían costearme la carrera de Música. Pero a mí no me gustó nada el solfeo y me quedé trabajando con ellos. Luego, cuando salía de la radio, me iba a una academia de cultura general.

¿Y qué podía hacer una niña de 14 años en la radio?
Era una especie de comodín. Por ejemplo, sustituía a las locutoras en sus días libres. Y cuando tenía un rato, hacía tareas de oficina y me ponía en la ventanilla de discos dedicados. También trabajaba en los programas que se hacían de cara al público y en los seriales infantiles, donde tenía un personaje fijo: el Pajarito Azulín. Y por todo, cuando tenía 18 años —porque antes me pagaban muchísimo menos—, cobraba 700 pesetas. A los 19 hice una prueba para el cuadro de actores de Radio Madrid y me aceptaron. Entonces, me despedí de Radio Valladolid y me vine a Madrid.

¿Qué le hizo pensar que su sitio estaba entre los actores?
Entonces no lo tenía claro. Yo me he criado en una familia a la que le apasionaba el teatro. En el gallinero del Teatro Lope de Vega de Valladolid siempre estaba mi abuela con mis tías y mi madre. He nacido y crecido en una familia que sentía veneración por los artistas, pero de ahí a saber que quería dedicarme a este oficio…

Entonces, cuando vino a Madrid a hacer radioteatros, ni siquiera intuía cómo terminaría ganándose la vida.
No. Además, yo creo que la vida me la hubiera ganado en cualquier terreno, porque siempre tuve muchas ganas de trabajar y de salir adelante. Aquello de ‘La habitación propia’ [ensayo de Virginia Woolf que reivindica la independencia económica de las mujeres] para mí era sagrado. Yo descubrí de verdad el teatro en el año 1957, cuando, a través de Radio Madrid, hice una obra en el Teatro de la Comedia. Fue entonces cuando empecé a sentir cosas en el escenario que nunca antes había sentido. Y dejé todos los proyectos que tenía para mí Antonio Calderón, el director del cuadro de actores de Radio Madrid. Mientras esté física y mentalmente bien, no me voy a marchar del teatro, no quiero marcharme.

¿Ha sido muy selectiva en la elección de sus papeles?
No, no podía serlo. Yo he hecho todo lo que caía en mis manos. Creo que mi carrera está hecha de muchísimos trabajos que no me gustaban al principio y que, si hubiera tenido otros mejores, no los hubiera hecho; pero he puesto el alma y la vida en ellos y, al final, han terminado gustándome.

Así que cuando llegó a sus manos el monólogo ‘Cinco horas con Mario’…
Estaba curtidísima. En este país había unas cuantas actrices que eran las privilegiadas. Pero yo nunca he estado en la primera línea, y eso está bien, porque te hace ser más corredora de fondo y te permite saborear bien todas las etapas. El monólogo de Delibes lo hice porque cuatro o cinco actrices lo rechazaron antes. Todo me ha llegado un poco de rebote. Pero a lo que me ha llegado, lo bueno, lo malo, lo torcido, lo derecho… le he puesto todas las ganas, todo el entusiasmo. Me he matado a estudiar y, luego, eso da unos resultados.

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