En el curso 2007-08, el último que recogen las estadísticas universitarias del Ministerio de Educación, había 77.654 estudiantes de doctorado en España. Un año antes, se leyeron 7.235 tesis, el 35% de las cuales estaba firmada por investigadores de entre 30 y 34 años que invirtieron no menos de cuatro en su elaboración. Si recordamos que, en la década de los ochenta, España apenas ‘producía’ doctores en sus universidades, deberíamos celebrar estos datos, porque remiten a una población con un creciente nivel de cualificación.

Sin embargo, el país que invierte en esa materia gris no es capaz de aprovecharla al máximo para mejorar un sistema productivo donde los sectores de alta tecnología, como el farmacéutico o el aeroespacial, apenas si representan el 1% del Producto Interior Bruto y el número de empresas que basa su competitividad en la investigación propia está en torno a las once mil. Todas ellas se nutren de ese 15,7% de doctores que trabaja en el sector privado. Según una encuesta realizada por el Instituto Nacional de Estadística entre aquellos que obtuvieron su título entre los años 1990 y 2006, este porcentaje se elevaría hasta el 20% si sumamos a las fundaciones. El resto trabaja para el Estado, ya sea en las universidades (44,4%) o en la Administración (35,8%). «Hoy generamos muchos doctores, pero no podemos absorberlos a todos. Por eso tenemos que ser responsables y facilitar su incorporación a la empresa privada», dice Ana Ripoll, rectora de la Universidad Autónoma de Barcelona y presidenta de la Alianza 4 Universidades, que también integran la Pompeu Fabra, la Carlos III y la Autónoma de Madrid.

Las cuatro pondrán en marcha el próximo curso un programa de formación para doctores que incluye gestión de proyectos, innovación y competencias directivas. «Estos contenidos han sido fijados por empresas e instituciones. Convocamos a organizaciones de todos los ámbitos a un ‘focus group’ y entre todas definieron esa formación transversal que, aparte de la más específica, necesitan los investigadores para encajar en ellas», explica Ripoll.

Centros tecnológicos

Susana Pablo lleva tres años investigando el mercado de trabajo de los doctores en España, tema de la tesis doctoral que prepara en el CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas). Su trabajo se basa en los centros tecnológicos, espacios que han propiciado un nuevo modelo de formación a doctores porque aportan una visión más ‘aplicable’ a la empresa. «Cuando les pregunto qué reformas harían en los estudios de doctorado, me hablan de la necesidad de hacer distintos itinerarios: el habitual, enfocado a la carrera académica, y otro nuevo, con un carácter más aplicado, donde también se enseñen habilidades de gestión…».

Andrés Hurtado, nombre bajo el que prefiere ocultar su identidad un doctor en Químicas, trabaja desde hace tres meses en un centro tecnológico gracias al programa Torres Quevedo, que incentiva la contratación de doctores y tecnólogos en empresas con proyectos de I+D. El balance de Andrés es «bastante positivo», pero su propósito es volver al sector público, donde se doctoró. «En realidad, las empresas españolas no hacen investigación, porque consideran que es un gasto, no una inversión —asegura—. No se dan cuenta de que el dinero que metan hoy generará una respuesta dentro de 15 o 20 años».

Hurtado, además, no cree que los doctores tengan problemas de adaptación al contexto empresarial. Asimismo, no se muestra partidario de ampliar sus funciones con tal de facilitar su desembarco en la empresa. «Tampoco se puede pretender que una misma persona investigue, publique, asuma tareas de desarrollo y gestión, y que todo lo haga en un horario razonable».

La tendencia, sin embargo, pasa por ampliar las tradicionales funciones que hasta ahora desempeñaba un investigador al uso. Instituciones y universidades se ponen manos a la obra y hacen un guiño a las empresas para que se fijen en sus muchachos, esos doctores magníficos con los que no se pueden quedar. Federico Baeza, subdirector general de la Fundación Cotec, participó en 1997 en la puesta en marcha de la Acción IDE, un programa precursor del Torres Quevedo que incentivaba a las empresas, mediante ayudas financieras, a contratar doctores de reciente graduación. Siete de cada diez contratados prolongaron su relación laboral más allá del programa. «A veces se produce un choque muy grande cuando llegan a la empresa. Cuando hicimos la Acción IDE, vimos que un porcentaje muy pequeño, que no llegaba al 5%, volvía al entorno académico. Lógico, cuando uno no conoce otras cosas, sus únicas aspiraciones se encuentran en su entorno. Sólo los extremadamente emprendedores se atreven a dar el salto», sostiene Baeza, muy partidario de acercar ese entorno empresarial a través de cursos.

El programa Doctores para la Empresa, que puso en marcha en 2007 el Instituto de Desarrollo Económico del Principado de Asturias, se encarga precisamente de eso. Un curso sobre valores y cultura empresarial de cien horas de duración se completa con un plan de aprendizaje individual o ‘coaching’ que insiste en el desarrollo de habilidades sociales en la empresa. «De los 12 que participaron en la primera edición, cinco están en el sector privado. En esta segunda edición, que estamos a punto de concluir, detectamos más posibilidades de inserción», comenta Ana Sánchez, directora de Desarrollo Corporativo de FENA Business School, la escuela asturiana a cuyo cargo corre la formación.

La Junta de Andalucía también auspicia, desde hace siete años, unas ‘jornadas doctorales’ que incluyen formación y visitas a empresas para mejorar la inserción laboral de este colectivo. Con idéntico propósito se programaron este curso las ‘Jornadas para futuros doctores’ en Cataluña.

Y, del 3 al 12 de mayo, la Fundación Universidad-Empresa impartirá la edición vigésimo cuarta de su seminario de estrategia profesional, por el que ya han pasado 442 alumnos.