Generan conflictos y negatividad en el equipo, minan la motivación, desacreditan a sus superiores o, incluso, llegan a engañar, robar y mentir. Estos son algunos de los comportamientos que despliegan, en su día a día, los denominados «empleados tóxicos», un tipo de trabajador cuyos tentáculos venenosos se expanden de forma sibilina por cada rincón del puesto de trabajo y llegan a estrangular el ambiente laboral. «Se trata de un empleado, ya sea de base o jefe, que, por una actitud y comportamientos inadecuados, genera energía negativa a su alrededor, tensión en los demás, desmotivación, conflictos y pérdida de rendimiento en el equipo». Paco Muro, Presidente Ejecutivo de la consultora de recursos humanos Otto Walter, define así a este trabajador que toda organización debería evitar como a la peste.
Sin embargo, no siempre puede hablarse de «empleado tóxico» porque todos, en algún momento, hemos podido parecerlo. «Estar desubicado en la empresa o haciendo un trabajo que no encaja en nuestro perfil, o simplemente decepcionados por un jefe que no ha sabido responder a las expectativas que teníamos, fácilmente provocará una actitud reactiva que se confundirá con el ‘empleado tóxico’», dice Muro. Es, más bien, una manera de actuar que acompaña al trabajador como si fuera su sombra. «Hay ciertas personas que parecen ser tóxicos permanentes y allá donde van generan un entorno nocivo», aclara el responsable de Otto Walter.
El caldo de cultivo idóneo para que el «empleado tóxico» eche raíces y se establezca es una organización del trabajo en la que algo no funciona. La empresa debe tener las reglas perfectamente establecidas como para que este tipo de trabajadores no pueda actuar. «Las personas pueden comportarse mal; por ejemplo, pueden esconder información, pero eso es porque la organización no está bien definida. Gente borde la hay en todas partes, pero tú eres borde en el trabajo porque te lo permiten, porque no está bien establecida la política de comunicación e información. En una organización debe haber un trato justo», afirma Neus Moreno, técnica del Instituto Sindical de Trabajo Ambiente y Salud (ISTAS), una fundación promovida por el sindicato Comisiones Obreras.
Paco Muro comparte esta opinión. «Las más de las veces los ‘tóxicos’ llegan a ser tales por la cobardía o ceguera de sus jefes, que no hicieron lo que tenían que hacer cuando se empezaba a vislumbrar el problema», explica el responsable de Otto Walter.
Detectar el problema
¿Cómo podemos luchar contra un «empleado tóxico»? Lo primero, según Paco Muro, es detectar si se trata de una persona con un problema puntual o si arrastra una problemática a sus espaldas. «No es lo mismo. En el primer caso se trata de alguien que ha entrado en un bucle negativo y, hablando y detectando el problema –personal o profesional– o el malentendido que le pueda estar afectando, probablemente sea fácil encontrar caminos para su recuperación. En el caso de los problemáticos la cosa es más difícil porque la experiencia indica que suelen ir siempre a peor», explica Muro. En algunos casos, asegura el responsable de Otto Walter, «la ayuda individual de un experto puede hacer que alguien cambie lo suficiente como para mitigar su comportamiento tóxico».
Sin embargo, las más de las veces el origen se encuentra en que esa persona no encaja con los valores y el estilo de trabajo de esa empresa. «No todo el mundo encaja en todas partes en todo momento y menos las personas con poca capacidad de adaptación», observa Paco Muro.
El «trabajador tóxico» puede compartir mesa con nosotros o estar metido en un despacho. En este último caso, el problema puede alcanzar proporciones graves y llegar a situaciones límite, como el «mobbing». Ignacio Piñuel, psicólogo del trabajo y profesor de la Universidad de Alcalá, analiza el fenómeno de los superiores «venenosos» en su libro Neomanagement. El jefe tóxico y sus víctimas».
De la personalidad de estos directivos, el profesor Piñuel destaca su actitud depredadora: «Dejan cadáveres a su paso. Les interesa, únicamente, su permanencia en el poder, y muchas veces eliminan a trabajadores muy válidos».
Piñuel diferencia tres tipos de herramientas que empuña el «jefe tóxico» en su mala gestión. En primer lugar, extienden el miedo, «utilizan la intimidación, generan precariedad para someter a los empleados». En segundo lugar, usan la violencia psicológica en sus relaciones: «compran a sus adversarios mediante el miedo o los eliminan, utilizando tácticas como el ‘mobbing’». Por último, generan clanes. «Son regímenes de personas adeptas, de actitud casi ‘perruna’. Suelen colocar en la organización a amigos o familiares». En la mayoría de las casos, añade Piñuel, su personalidad les lleva a creer que están prácticamente «ungidos por las musas». A dirigir se aprende, pero parece que ellos no están por la labor. «Creen que dirigir es un gen, que es como el arte en las folclóricas, que su talento viene del genio, del arte, y cada vez se vuelven más tóxicos», afirma el profesor Piñuel.
En su análisis, el catedrático diferencia tres perfiles de «jefe tóxico». El paranoide, que funciona a la defensiva, desconfía y genera herramientas de espionaje y monitorización. Según Piñuel, suele proliferar en empleos como el de policía. En segundo lugar, encontramos el narcisista, que tiene una autoestima muy baja y lo compensa con actitudes arrogantes. Se da con mayor profusión en los medios de comunicación. Y por último, y quizá el más peligroso, encontramos el psicópata organizacional, que no tiene empatía pero, a la vez, suele tener una gran capacidad de seducción. Este perfil de «jefe tóxico» suele darse, sobre todo, en la política y en la Administración Pública.
El profesor Piñuel estima que todos podemos encontrarnos alguna vez, en nuestra vida laboral, con este último tipo de trabajadores, teniendo en cuenta que 1 de cada 25 personas tiene una personalidad psicopática.
Plantarles cara
Según Piñuel, la crisis ha servido de caldo de cultivo para los superiores «tóxicos». «Ahora se piden jefes implacables, que sean capaces de llevar a cabo despidos sin que tengan ningún tipo de problema de conciencia», asegura. Sin embargo, añade, cuando acaben los malos tiempos, «no se van a ir, a pesar de que estos perfiles de directivos no funcionan en periodos de bonanza: para ellos es más fácil matar que motivar».
¿Qué podemos hacer para neutralizar a un jefe tóxico?
Piñuel aconseja, ante todo, echarle valor. «El recurso que nos queda contra un psicópata es hacerle frente. No hay que amilanarse. En el fondo, este tipo de directivos son débiles, son mediocres inoperantes activos. Se ensañan con los débiles, pero no se atreven con los fuertes. Suelen atacar, sobre todo, a los trabajadores conciliadores, porque así no son enfrentados, señala el profesor. Pero la solución también debe venir por parte de la organización: estos directivos antes fueron empleados rasos. «Hay que usar la detección temprana: no se debe promocionar a los trabajadores que presentan estas características», dice Piñuel. Sin embargo, añade un inquietante detalle: «A veces esto es muy difícil, porque suelen tener muy buena imagen».