Por Dr. Mario Alonso Puig, conferenciante de HSM y autor de ‘Vivir es un asunto urgente’
Nuestra época actual está marcada en gran medida por la incertidumbre, el bajo estado de ánimo y la desconfianza. A veces creemos que el llenarnos de tensión, condenando la difícil situación en la que nos encontramos, va a arreglar algo. Creo que es importante que nos reconciliemos con la realidad y que aceptemos que éste es el campo en el que ahora todos tenemos que jugar.
Aunque las personas no elijamos los temporales en los que nos vemos envueltos, sí tenemos algo o mucho que decir en la manera en la que vamos a pilotar nuestro velero, ¿verdad? A veces es nuestra obsesión por tener la razón la que nos lanza en una búsqueda compulsiva por encontrar los motivos que justifican nuestra falta de ilusión y de confianza en medio de la dificultad. Una conducta razonable no tiene por qué estar alineada con una conducta inteligente.
Ante la adversidad, nuestras mentes se posicionan de una manera automática en un patrón de alarma y nos enfocamos mucho más en lo que tememos que en lo que queremos. No jugamos a ganar sino a no perder. Por eso, nuestros cerebros buscan con especial vehemencia el peligro, tanto que cuando no lo ven, sin darse cuenta lo generan.
Cuando uno pone su atención en la búsqueda de aquello que tiene el potencial de dañarnos, pero no suele reparar en aquello que tienen la posibilidad de ayudarnos. En el interior del tronco del encéfalo, en las profundidades del tallo cerebral, hay una estructura de aspecto reticular, formado por unas neuronas muy especiales, tan especiales que son las encargadas en gran medida de mantener nuestro estado de alerta. Ellas dirigen la atención para que encontremos en el mundo y en nosotros mismos lo que más nos importa. Por eso, quien quiere comprarse un coche negro no para de ver coches negros y quien está embarazada, no para de ver embarazadas por la calle.
Cuando lo que más nos importa es evitar el dolor, el sistema reticular activador ascendente, que así se llama esta curiosa red neuronal, no para de buscar aquello que potencialmente es dañino y, como podemos imaginar, potencialmente todo puede ser, al menos parcialmente o en alguna ocasión dañino. Sintiéndose de esta manera rodeado de peligros, el cerebro pierde claridad mental y perspectiva, capacidad de analizar el entorno y potencial creativo. El resultado es que donde hay una puerta, sólo vemos un muro.
Necesitamos personas que nos hablen mucho más de hacia dónde queremos ir que no hacia dónde no queremos ir. Necesitamos personas que pongan su atención en las posibilidades y no tanto en los límites o en las restricciones. Como decía Thomas Alva Edison: «Las personas que dicen que algo no puede ser hecho, no deberían permanecer en el camino de aquellas que lo están haciendo».
Hoy necesitamos personas que elijan ser sembradores de ilusión y no de desesperanza, ya que al fin y al cabo, lo que el corazón quiere sentir, la mente se lo acaba mostrando.