Por José Medina, presidente de Odgers Berndtson Iberia

De los recuerdos idílicos que todos guardamos de nuestra juventud -más que recuerdos, evocaciones, que van mucho más allá-, el más entrañable es el de mis vacaciones de verano en casa de mis padres, en Jávea. Aquello sí que eran vacaciones. Durante tres semanas, de 9 a 11, un buen partido de tenis con apenas un generoso vaso de zumo de naranja recién exprimida en el estómago. Tras el partido, breve ducha y desayuno, nos íbamos a pescar salmonetes con pequeños fusiles de aficionados en las rocas cercanas a la playa. Los pobres peces caían en nuestro arpón mientras comían las plantas del fondo del mar, sólo a dos o tres metros de profundidad, en aguas someras y poco frecuentadas. Lucy, la eterna muchacha de la familia y parte de ella, se sorprendía de nuestro tino en acertar con arpones de juguete a peces tan pequeños, que apenas llegaban a un palmo de longitud. Serían la fritura de la noche, pues a mediodía era inevitable la paella o el «cruet». Tras la siesta, paseo, lectura nocturna o cualquier otra cosa y así hasta el día siguiente.

Con el tiempo, mis vacaciones de verano no han variado mucho. Dos semanas son pocas; tres, lo adecuado y cuatro, un poco más de lo mismo: sobra la última.

Necesitamos vacaciones sin estructura ni organización, como el pan de cada día y como el aire que inspiramos trece veces por minuto, como decía Gabriel Celaya.

Personalmente suelo madrugar más en vacaciones que en el resto del año. Me es imprescindible un paseo por la orilla del mar y ver amanecer. Tal responsabilidad y «obligación» me lleva unas dos horas, hasta que vuelvo a casa listo para el desayuno. A partir de ese momento todo está abierto, tras ir a comprar el periódico paseando con mi mujer. Cada día se va estructurando un tanto al azar sobre dónde vamos a bañarnos o a comer, qué hacemos por la tarde o qué excursión está prevista. Los compromisos de cenas con amigos y conocidos hay que cumplirlos, pero dosificados. Así van trascurriendo las tres semanas, de forma tranquila y hasta idílica. Ya habrá tiempo a lo largo del año para viajes más largos y laboriosos. Creo que estas dos o tres semanas en plan bucólico son indispensables para todo humano. De lo contrario podemos volver al trabajo peor que hemos salido.

En términos de «management» uno de los principales factores que contribuye a la eficacia de un buen directivo consiste en «vivir dentro de un patrón cíclico de vida»: alternar el trabajo eficaz de alta actividad, y a veces estresante, con remansos de paz que nos ayudan a reponer la energía que necesitamos gastar en nuestro cometido. El mejor ejemplo de este ciclo es la alternancia entre el tiempo de vigilia activa y el sueño reparador, bien aprovechado cada noche. A lo largo del día necesitamos intervalos donde ordenamos menos y escuchamos más, donde buscamos una orilla en el río de tareas para tomar un café o tener una charla aparentemente intranscendente, con un colega o amigo personal. En definitiva, la utilización eficaz de la energía (indispensable para resistir las tensiones de un papel difícil) implica alternar entre actitudes activas y pasivas.

A mis amigos y a todos, os deseo unas «benditas vacaciones.»