Cuando arreciaron las críticas contra ellas como formadoras de una clase ejecutiva voraz, capaz de cometer todo tipo de tropelías con tal de alimentar su ya de por sí generosa cuenta corriente, las escuelas de negocios no escurrieron el bulto. Todo lo contrario. Incluso propiciaron un debate interno que, en muchos casos, se saldó con un juramento hipocrático, un acto simbólico tratándose de una profesión cuyo acceso no está regulado, pero que sirvió a los nuevos graduados para declarar públicamente que no repetirían los errores de sus antecesores. Algunas escuelas han ido más allá, aunque quizá ninguna tan lejos como Harvard. La inventora del método del caso ha nombrado a un nuevo decano, Nitin Nohria, experto en liderazgo y ética, cuyas críticas hacia las escuelas han sido tan profundas que todo hace pensar que el prestigioso centro está a punto de inaugurar una nueva era.
Las escuelas españolas que se codean en los ‘rankings’ internacionales con las mejores del mundo tampoco eludieron su compromiso cuando, en septiembre del año pasado, este periódico les preguntó si admitían alguna responsabilidad ante la crisis. Hoy, cuando el curso académico está a punto de acabar y tras haber hecho examen de conciencia, la pregunta es si han introducido algún cambio o piensan hacerlo a corto plazo. Joaquín Garralda, vicedecano del IE Business School, asegura que en las clases ahora se hace más hincapié «en los aspectos de buen gobierno y en los temas de sostenibilidad». Además, desde la escuela intentan reforzar comportamientos solidarios: «Ocho alumnos de MBA se irán a Sudáfrica a ayudar a una ONG».
Pero el cambio más grande detectado por Garralda no ha sido auspiciado por el centro, sino que tiene que ver con la actitud de los alumnos. «Se han enriquecido los debates en clase, porque la gente es más consciente de que el fin no justifica los medios, de dónde nos ha llevado esa ambición desmedida. Yo estoy contento, porque hemos pasado de la frialdad que suscitaba un concepto como la RSC (Responsabilidad Social Corporativa) a que, ahora, haya alumnos realmente interesados en ella», afirma Garralda, que, precisamente, da clase de Estrategia y de RSC .
Manel Peiró, vicedecano de Esade, no niega que ahora cuiden con más celo este tipo de contenidos. Pero advierte: «No vale meter a todas las escuelas en el mismo saco. Nosotros siempre nos hemos preocupado por llevar la RSC o la ética a nuestros programas. Lo llevamos en nuestro ADN». Porque si para algo ha servido el descalabro económico ha sido para reivindicar el papel de la ética en la formación de ejecutivos. Sin embargo, ni el IE ni Esade han aglutinado ese tipo de contenidos en una asignatura. Ellos han optado por hacer de la ética una especie de asignatura transversal que impregne todas las demás.
Por el contrario, el IESE apuesta por dar a la ética un protagonismo único. «En toda asignatura, ya sea finanzas, recursos humanos o producción, tiene que haber una consideración ética, pero también es verdad que la ética en la empresa tiene sus características y sus técnicas de análisis propias. Es una ciencia que tiene su corpus de doctrina y su especialidad. Por tanto, no es malo que, además de que, transversalmente, todos nuestros profesores hablen de ella, haya también una asignatura. Por ejemplo, en los programas de desarrollo directivo, al menos un 10% de las clases se dedican a problemas de ética: la corrupción, la mejora de las condiciones laborales, la RSC…», explica José Ramón Pin, director del Executive MBA, que incluye el módulo Decisiones Prudenciales.
Cambio en la demanda
Pin, como Garralda, ha advertido un cambio en las actitudes de los alumnos, pero también en las empresas. «Piden a las escuelas un tipo de personas menos agresivas y más reposadas en su pensamiento».
Porque quizá el compromiso de las escuelas con la sociedad empieza por la elección de sus alumnos. Como dice Alfons Sauquet, decano de Esade, deben velar por que todas las personas que pasen por ellas tengan conciencia de la responsabilidad que adquieren cuando toman decisiones. Pero, cómo controlarlo, cómo evitar a los Richard Fuld, ex presidente de Lehman Brothers, o a los Bernard Madoff de turno. Las escuelas de negocios suelen basar su sistema de selección en la prueba del GMAT —un examen estándar tipo test que mide las capacidades matemáticas, verbales y analíticas—, el currículum, una entrevista personal y las referencias de empresas. «No existe el ‘eticómetro’, y si existiera, el candidato menos ético seguro que obtendría la mejor nota», apunta con sorna Pin, que basa el liderazgo en tres componentes: una visión de futuro distinta y original, unas capacidades psicosociales que permitan comunicar y dirigir personas y un comportamiento ético que hace a la gente confiar en las intenciones del líder, no solamente en sus habilidades. «Lo peor que puede ocurrir es que una persona con una buena visión del negocio y capacidad de entusiasmar sólo piense en su propio bien», remarca Pin, que se muestra partidario de formular el código deontológico del directivo.
El juramento hipocrático, que este año han solicitado los graduados de Deusto Business School, no convence a todas las escuelas. En el IE, por ejemplo, han decidido no promoverlo. «Por un lado, es tan occidental que en algunas culturas no se entiende y, por otro, el acceso a la profesión no está regulado. Tal como están planteadas las cosas, se quedaría en un brindis al sol», afirma Joaquín Garralda.