El mesón más grande del Valle del Lozoya, un enclave de la sierra madrileña famoso por sus asados en horno de leña, está regentado por una rumana de 44 años, Emilia Tonea. Pronto hará dos años que su antiguo jefe le traspasó el restaurante, en el que ella se curtió como empleada de la cocina, y apenas ha introducido cambios en una carta que repite platos desde hace más de 30 años. «Tenía que mantener las tradiciones», afirma entre risas Emilia, que se desloma para sacar adelante su negocio, aunque no se queja de su suerte. «No quería seguir trabajando 14 horas diarias por tan poco dinero. Así que, cuando le dije a mi jefe que me montaba por mi cuenta, me ofreció el traspaso. Estoy aguantando el tirón y tengo más satisfacciones que si trabajara para otros; pero no paro, hasta limpio los baños. Tengo a cuatro o cinco personas que me ayudan los fines de semana y mi hija, que está a punto de terminar Derecho, también me echa una mano», cuenta la hostelera rumana, que, tras siete años en España, no puede reprimir el orgullo que le proporcionan su pequeño negocio y, en especial, su hija universitaria.

Emilia

Pese a las dificultades, sobre todo para obtener un crédito, la historia de Emilia es un ejemplo de éxito y de integración que pone los dientes largos a cualquiera, incluso a los emprendedores españoles, que en los últimos dos años han vivido un incesante goteo de cierre de negocios. Tampoco los inmigrantes lo han tenido fácil. Con mayores dificultades para acceder a la financiación, el número de autónomos extranjeros ha descendido en España durante 20 meses consecutivos. El pasado mes de marzo, sin embargo, se detectó el primer ‘brote verde’ y 1.075 inmigrantes se sumaron al Régimen Especial de Trabajadores Autónomos (RETA). «Abril también será un mes positivo. Según los datos provisionales del Ministerio de Trabajo, el número de emprendedores extranjeros llegará a los 197.500 aproximadamente. Soy optimista respecto al futuro. En los últimos dos meses, gracias a que su afiliación aumenta, el RETA también lo hace y empieza a mostrar signos positivos«, dice Guillermo Guerrero, coordinador del área de Inmigrantes de la Federación Nacional de Asociaciones de Trabajadores Autónomos (ATA).

Este repunte obedece sobre todo a la apertura de comercios y restaurantes, dos tipos de negocios que cada año aumentan con la llegada del buen tiempo y a los que recurre la mayoría de los extranjeros que quiere montarse por su cuenta. Concretamente, el 26,5% regenta un comercio y el 19%, un bar o restaurante. La crisis ha afectado más duramente a las pequeñas cuadrillas del sector de la construcción, una fórmula de autoempleo muy popular entre los rumanos.

Como consecuencia del cierre de negocios vinculados al ladrillo, al que todavía se asocia casi el 18% de las empresas que llevan los inmigrantes, los rumanos han dejado de ser el grupo de emprendedores extranjeros más numeroso. ATA estima que, sólo en 2009, casi el 42% de sus negocios cerró.

En 2009, un ‘annus horriblilis’ para la mayoría, se atrevió a abrir una pequeña fábrica de quesos el caraqueño Fernando Rodríguez. Llegó a España hace dos años, pero ya desembarcó con el propósito de alumbrar su original idea. «Antes de venir, me fui a un pueblo recóndito de Venezuela para aprender a fabricar quesos ‘a la venezolana’ —una especie de ‘mozzarella’ con sabor—, y también viajé a Miami, donde mis tíos, que llegaron sin nada, tienen su propia fábrica de quesos», dice Fernando, que empezó preparándolos en casa. Hoy, ya instalado en una nave industrial de Rivas Vaciamadrid (Madrid), incluso exporta sus ‘antojos araguaney’ a Italia y Portugal. «Alcanzamos el punto de equilibrio en 11 meses. En enero del año pasado facturamos 1.500 euros y en enero de este año hemos alcanzado los 9.000», explica este joven de 28 años que está a punto de aumentar su pequeña plantilla, hasta ahora sólo formada por su socio, y también suegro, y él mismo.

Créditos denegados

Pero todo no fue tan fácil como parece dar a entender este resumen apresurado de su historia. Con la nave ya alquilada y el proyecto en marcha, los bancos no les concedían el crédito. «Estábamos al borde del infarto. Nuestros recursos eran tan escasos que llegamos a trabajar por horas en restaurantes para pagar el alquiler», recuerda Fernando. En esas horas bajas, el venezolano encontró el apoyo de Mita, una ONG con sedes en Madrid, Lleida y Vigo que ha sido pionera en la gestión de microcréditos a inmigrantes.

Si antes del estallido de la crisis, bancos y cajas de ahorros animaban a extranjeros y locales a emprender, ahora el crédito está tan restringido que Mita ha de recurrir casi siempre a la institución pública Aval Madrid para que haga de intermediaria. «Ellos dan el aval para que el banco preste al emprendedor», aclara Leticia Chamorro, directora de la sede en Madrid, que atiende unas 600 consultas al año.

Los microcréditos concedidos nunca superan los 25.000 euros, y Aval Madrid exige al emprendedor que aporte el 25% del capital necesario para arrancar. Además, la última reforma de la Ley de Extranjería no ha despejado el camino de obstáculos. «El que quiera renovar un permiso de trabajo y pasar de asalariado a autónomo tiene que hacer un plan de empresa, justificar que es viable y demostrar que cuenta con recursos para mantener la actividad durante un año. Se pide calidad y se endurecen sus condiciones de acceso», explica Guillermo Guerrero.

En todo este proceso, dando «apoyo moral» y también asesoramiento personalizado, Mita acompaña al futuro emprendedor, al que una vez con el crédito en su poder y la tarjeta de autónomo en regla, se le hace un seguimiento con el fin de sortear los escollos que puedan surgir.

Fernando Rodríguez ha pasado con creces este trámite y obra como un emprendedor de libro. «Sólo trabajamos bajo pedido, y todos los meses hacemos una pequeña inversión en la mejora del negocio».

Fernando