Óscar Ladoire, actor

Confiesa que la nostalgia es un territorio que prefiere no transitar y que también evita los análisis introspectivos —»Mirarme desde fuera no es uno de mis ejercicios favoritos; prefiero hacer»—. Quizá por ello Óscar Ladoire (Madrid, 1954) se ha embarcado en proyectos tan ajenos a su personalidad como el programa de televisión ‘Mira quién baila’ y se ha estrenado en el teatro a una edad a la que otros prefieren seguir por caminos trillados. Desde 2008 se sube a los escenarios con la obra ‘Mujer busca hombre que aún no existe’.

¿Cuál fue su primer empleo?
Más que empleo, yo diría que fueron chapuzas remuneradas. Lo primero que hice fue grabar bodas en Súper 8 con un tomavistas. Tenía 15 o 16 años y, aunque me pagaban, a mí me daba mucha vergüenza pedir dinero. Al final, salía lo comido por lo servido, porque con lo que me daban me compraba las casetes de Súper 8, que entonces valían un dineral.

¿Le duró mucho aquella ocupación?
No, no, fue una cosa puntual. Haría cinco o seis bodas. Luego, hice otras cosas, como estar en la construcción de peón de albañil. Recuerdo que un amigo de estudios y yo nos íbamos fuera un verano y el Dos Caballos que llevábamos se nos estropeó en Barcelona. Y, entonces, nos empleamos en la construcción de lo que iba a ser El Corte Inglés de la Diagonal, donde vivimos una anécdota graciosa con el capataz de la obra. Él nos dijo algo así como: «Zagales, coged estos picos y empezad a rebajar el encofrado»; pero, como no volvió en toda la mañana, nosotros seguimos y seguimos hasta que lo rebajamos una planta entera. Cuando volvió, aquel buen hombre nos quería matar. Luego buzoneé publicidad, que era terrorífico. Ibas cargado de octavillas de buzón en buzón e intentabas encontrar un sitio donde tirarlas, pero siempre había alguien que te controlaba.

A los 27 años obtuvo el Premio al Mejor Actor en el Festival de Venecia por su primer papel en una película, ‘Ópera prima’ (1980). ¿Qué se le viene a la cabeza cuando evoca aquel rodaje?
La absoluta inocencia y el atrevimiento que te hacía tirar para adelante. Estaba en una película en la que salía en todos los planos y no tenía ni puñetera idea del oficio. También es sorprendente que tuviéramos tantísima suerte en un debut, porque la película tardó en arrancar, pero funcionó muy bien. Fue un éxito que nos permitió seguir dedicándonos a esto.

¿Fue la confirmación de que podía ganarse la vida gracias al cine?
No, no supuso ninguna confirmación. Al contrario, ganarse la vida es una tarea diaria y lo de hacer películas es un azar. Pero no sólo para mí, sino para todos los que nos dedicamos a este oficio, que es todo lo contrario de un empleo. Si yo fuera mi madre, o la suya, diría: «No te dediques a esto, bonito, que no tiene futuro».

Pero, muy probablemente, aquel trabajo mejoró su situación económica.
La verdad es que el sueldo por la colaboración en el guión y la interpretación no daba para mucho. Era muy gracioso, porque me hice popular, me reconocían en la calle, pero había veces que, a duras penas, tenía para comprar el pan y el periódico.