La educación universitaria en España se enfrenta actualmente a uno de los retos más importantes de las últimas décadas. La profunda reforma promovida por el Gobierno actual con el objetivo de «paliar las serias deficiencias que presenta el sistema» se suma a la práctica reconversión de todos los planes de estudio al Espacio Europeo de Educación Superior. «Desde 2008 le hemos dado una vuelta completa a la ordenación universitaria», asegura Laureano González, coordinador de Evaluación de Enseñanzas e Instituciones de la ANECA. «Las universidades han tenido que aprovechar este cambio para, por fin, adaptar la formación que ofrece a unos niveles relevantes de empleabilidad», reconoce. De hecho, el 56,1% de los estudiantes universitarios ya cursaron estudios de Grado el pasado año, un 18% más que el curso anterior.

Aun así, el sistema universitario español cuenta todavía con muchas debilidades que el tiempo deberá subsanar. «No ha sabido autorregularse, porque nos encontramos con que, entre grados y másteres, la oferta supera los 5.000 títulos para las 79 universidades que existen en nuestro país», añade  Laureano González. «Esta oferta es muy exagerada», concluye. Este hecho repercute en que la movilidad de los estudiantes españoles entre comunidades autónomas sea muy baja, ya no solo debido a la amplia oferta académica, sino también a la alta dispersión territorial de los centros de enseñanza y de las  facultades. Según un análisis del Ministerio de Educación, la oferta académica «es muy generalista y poco especializada», pues todas las universidades ofrecen catálogos de titulaciones «muy similares». En California, un estado norteamericano con una extensión y población similar a la española, solo hay diez universidades.

Financiación externa

Para otros expertos, como el pedagogo y doctor en Ciencias de la Educación Enrique Díez, aunque la educación universitaria «ha tenido un importante avance en los últimos treinta años», no se puede obviar que desde la  implantación del Plan Bolonia, «la universidad tiene que buscar financiación externa, por lo que se está mercantilizando bastante». Además, reconoce que esa financiación que aportan normalmente entidades financieras y grandes empresas, «no llega gratis, sino que delimita la línea de investigación, los contenidos y los resultados». Para él, desde la entrada de España al Espacio Europeo de Educación Superior, «vendemos nuestro conocimiento como algo rentable, entregado absolutamente al modelo mercantil».

En contraposición a sus argumentos, Eduardo Fernández- Cantelli, director general de Marketing y Mercados de IE Business School, piensa que ese acercamiento constante al sector empresarial es el que ha dado tanto prestigio a las escuelas de negocio españolas. «Es difícil de explicar cómo siendo tan débiles a nivel universitario, tengamos tres centros situados entre las mejores escuelas de negocio del mundo», explica en referencia a IESE, IE y ESADE. Y razón no le falta, pues según la mayoría de los rankings, estas tres escuelas españolas siempre se sitúan entre las diez o quince mejores del mundo. «El éxito está en la readaptación constante de los grados y los postgrados, intentando siempre anticipar los movimientos del mercado», afirma. Fernández- Cantelli asegura que la crisis busca a individuos «más responsables, con una formación más ética y social». Y añade que los MBA son los programas que más están sufriendo las consecuencias de este viraje: «No es ningún secreto que estos programas estaban muy orientados a ligar el éxito a la cantidad de dinero que se ganaba, por ello empiezan a estar cuestionados en  ese sentido». Actualmente, las empresas buscan compatibilizar la formación con la actividad profesional, «de  ahí que la formación online crezca con fuerza».

Para Laureano González, de ANECA, la virtud está en el término medio. Mercantilizar la universidad habría sido desarrollar los grados y los postgrados enfocados, exclusivamente, a las necesidades actuales de las empresas». Sin embargo, no se presiona a las universidades para que miren solo en ese corto  plazo, «sino que se educa con perspectivas más amplias, formando a personas críticas e íntegras, pero sin dar tanto la espalda a los empleadores como antes». A pesar de todo, asegura que las universidades son «plenamente autónomas» para definir y diseñar sus planes de estudio de acuerdo a unos criterios académicos establecidos y con la mirada puesta en el mundo exterior, «porque ninguna universidad puede formar egresados sin conexión con el mundo del empleo». Una conexión que todavía no puede demostrarse, pues los primeros egresados del Plan Bolonia se están introduciendo al mercado laboral «en un momento especialmente complicado».

Los recortes, un error

Sin embargo, la experiencia dice que no sabemos cuánto durará esta nueva estructura educativa, sobre todo teniendo en cuenta los continuos cambios y reformas que ha sufrido el sistema educativo en las últimas décadas. «Todos estamos de acuerdo en que es necesario un gran pacto», explica Laureano González. Porque esa estabilidad que demanda la universidad es la que permitirá comprobar si el Plan Bolonia funciona y también facilitará que se subsanen los posibles errores que pueda tener. Sin embargo, como reconoce el catedrático y filósofo José Antonio Marina, lo que menos ayuda es rebajar la calidad educativa a base de recortes. Este año, la inversión pública en educación se ha reducido del 4,5 al 4,3% del PIB, pero esta caída podría no tener freno hasta 2015, año en que se prevé que este porcentaje caiga hasta el 3,9%, según el documento de ajustes enviado a Bruselas por el Ejecutivo español hace unos meses. «Esta reducción significaría  traspasar la línea roja, pues incluso en la frontera del 4,5% el límite es justísimo para mejorar la gestión, pero por debajo no hay nada que hacer», afirma Marina.

De hecho, esta estabilidad política y presupuestaria ha sido el gran acierto que  atesora el prestigioso sistema educativo finlandés. Su pilar básico es la «cultura de la motivación», tanto del alumnado como de los docentes. «Y esto es lo que hace falta en España», asegura el profesor Enrique Díez. Para él, la  eformauniversitaria, que conlleva un aumento considerable de las tasas, «solo  busca una ventaja competitiva para los hijos e hijas de quienes puedan pagar  esas importantes sumas». Según indica, «el derecho a la educación se está olvidando, cuando lo que deberíamos es cuidarlo y dar las ayudas necesarias  para que todo el mundo pudiera acceder a él».

Etiquetas