Ángeles Caso

Ángeles Caso (Gijón, 1959) tiene la sensación de que la vida, más que empujarla, como decía Agustín Goytisolo, se rebelaba en su contra y le marcaba el camino. Ella, una licenciada en Historia del Arte que se imaginaba trabajando en una institución cultural y escribiendo en sus ratos libres, se convirtió en una estrella de la televisión de la noche a la mañana. Y esa jugarreta del destino que tan desgraciada la hizo —»la tele era una tortura para mí»— terminó por dirigirla hacia su primera vocación, que ya la rondaba a los ocho años. Hoy, cumplidos los 50, anda feliz y atareada con la promoción de su última novela, «Contra el viento», ganadora del Premio Planeta 2009.

–¿Cuál fue su primer empleo remunerado?
–Tuve dos por las mismas fechas: dar clases particulares de francés y trabajar en Navidades, desde los 16 o 17 años, en una tienda de regalos y juguetes. Era una tienda muy especial que traía cosas de Londres, de Estados Unidos… Y en Navidades había un fluir constante de gente que te obligaba a estar todo el día de pie. Creo que no he tenido un trabajo más duro en mi vida. Llegaba a casa tan deshecha que no podía ni dormir de lo cansada que estaba.

–¿Nunca se planteó dedicarse a la docencia?
–No, me especialicé en Historia del Arte, pero tenía claro que no quería dedicarme a la enseñanza. Tuve la posibilidad de quedarme en la universidad, en el departamento de Musicología, porque tenía muy buena nota, pero no quise y me lancé un poco a la aventura. Quería trabajar en algo que tuviera que ver con el mundo cultural e hice trabajos como traductora e intérprete; organicé ciclos de conferencias de música clásica; llevé la secretaría de los Premios Príncipe de Asturias; trabajé de azafata en los mundiales de fútbol… Pero eran empleos de un mes, dos meses, una semana. No acababa de encontrar mi sitio.

–Y, de repente, llegó la televisión.
–Sí, se convocaron unas pruebas para la televisión de Oviedo, y yo no tenía la menor intención de presentarme. Pero el realizador me conocía, llamó a mi padre e insistió para que lo hiciera. Me presenté por compromiso y, al día siguiente, me pusieron un contrato delante. Yo no quería la oferta, pero habían pasado tres años desde que acabé la carrera y seguía sin un trabajo fijo. Hay gente que mata por salir en televisión, y yo firmé a regañadientes, con muy pocas ganas. La vida, a veces, es así de absurda.

–Una vez delante de la cámara, ¿le gustó la experiencia?
–No, nada, no me gustó nada. De hecho, enseguida me fui. Después de tres o cuatro meses en Oviedo, me llamaron para hacer el telediario de Televisión Española. Lo rechacé, pero insistieron y Calviño, entonces director general, me presionó tanto que acepté. Recuerdo que estuve llorando todo el viaje, y hasta pensaba: «Que nos pase algo y no lleguemos a Madrid». Ese trabajo era una tortura para mí, pero era muy joven, no veía claro mi futuro, y me dejé torturar. Ahora no me habría pasado. Total, que estuve un año y medio en el telediario y seis meses en el programa La Tarde. Después, me planté y lo dejé. Pase seis meses en la redacción, pero si quería seguir —mi contrato era por tres años— tenía que volver a hacer pantalla. Dije que no y me fui de Televisión Española. Ahí frené. Decidí aceptar colaboraciones en radio y en prensa que me dejaran tiempo para escribir.

–Su primer libro lo publicó a los 34 años. ¿Un poco tarde, quizá?
–Sí, fue tarde. Yo empecé a escribir de pequeñita. Pero me lo tomé tan en serio que tardé mucho en darme cuenta de que estaba preparada para publicar. En Oviedo siempre estaba haciendo cosas creativas, cuando no escribía hacía teatro, y, cuando no, danza contemporánea o música. Al llegar a Madrid me desligué completamente de ese mundo y pasé por una especie de depresión. Me di cuenta de que estaba perdiéndome a mí misma, estaba dejándome arrastrar. Y me paré a pensar, porque me estaba haciendo muy desgraciada y no quería vivir así.

–Seguro que, si pudiera, cambiaría algún capítulo de su vida.
–Sí, cambiaría muchas cosas. Probablemente, creo que no volvería a trabajar en televisión. A pesar de que ahora le esté agradecida, creo que destrozó mi vida durante muchos años. Yo era muy tímida y me sentí muy desdichada por ser una persona conocida.

–A cambio, alguna ventaja le ofrecería la pequeña pantalla.
–Sí, sí, sí, me dio muchas cosas. Y, al final, la popularidad, que yo vivía como algo en contra, me ha beneficiado. Me permitió que mucha gente se interesase por mí como escritora, que las editoriales me publicasen sin poner pegas… Es curioso, tú te empeñas en ir por un sitio y la vida te va llevando por donde ella quiere.