Magüi Mira

Magüi Mira, actriz y directora de teatro

Nacida María Luisa Herlinda Eusebia, Magüi Mira (Valencia, 1945) saltó del teatro amateur al profesional a los 35 años. Para empezar tarde y obligada por la necesidad de buscarse la vida, los hados han favorecido a la actriz, que también frecuenta con éxito la dirección teatral. En la actualidad dirige la adaptación del relato de Heinrich von Kleist «La marquesa de O» en el Teatro Bellas Artes de Madrid y prepara su vuelta a los escenarios con «El cerco de Leningrado». Ahora Magüi Mira podría aplicarse aquello que dijo William Layton: «Hay momentos en que la vida rima».

¿Cuál fue su primer empleo remunerado?
Me parece que fue de bibliotecaria en el campus de Bellaterra de la Universidad de Barcelona. Me duró muy poquito y yo, que empecé a trabajar muy tarde, debía de tener unos 27 años.

¿El deseo de dedicarse a la interpretación nació en su etapa universitaria?
No, muchísimo más tarde. Aunque siempre estuve relacionada con el mundo de la escena de una manera o de otra. Ya en el colegio perseguía a las monjitas para que me dieran un papelito en el belén que hacían en Navidad. Y en la Universidad de Valencia, me integré en el Grupo de Estudios Dramáticos. Con ellos tuve mi primer gran éxito. Hice «La Dorotea», de Lope de Vega, y recuerdo que un vecino de rellano vino a felicitarme. A mí me pareció lo más. Pero nunca, nunca en mi vida pensé en la interpretación como una salida profesional. Sin embargo, viví una experiencia particular que tuvo un lado muy positivo y otro muy negativo: en 1980 me separé de mi marido, José Sanchis Sinisterra, que era mi fuente de ingresos y, entonces, tuve que buscarme la vida. Justo en ese momento estaba a punto de acabar mis estudios en el Institut del Teatre de Barcelona y tenía una práctica que había preparado con Sanchis Sinisterra: el monólogo de Molly Bloom, de James Joyce. Y yo pensé, a ver si tengo suerte y lo vendo.

Vaya si la tuvo…
Sí, y también tuve insolencia y falta de miedo. Vine con mucha fuerza a Madrid y lo coloqué. Desde entonces, eso fue en el año 1981, no me he bajado de un escenario.

¿Qué queda de esa mujer? ¿Se reconoce en ella?
Sí, me reconozco. Fue una experiencia muy fuerte, pero, a veces, es muy importante no dejarte llevar por el río de acontecimientos que te empujan. Cortar y volver a empezar da mucho miedo, es muy desgarrador, pero es lo que tenemos que hacer si algo no funciona.

Este año ha pasado una temporada en San Petersburgo, donde ha llevado su montaje de ‘Cuento de invierno’, ¿qué ha aprendido de los rusos?
Sobre todo honestidad y capacidad de sacrificio. Los actores no interrumpían los ensayos ni para comer.

¿Para dirigir se le tienen que dar bien las relaciones humanas? ¿La exigencia está reñida con la paciencia?
En absoluto, la exigencia no está reñida con el respeto, ésa es la palabra. No hay que maltratar, no hay que hacer «mobbing», y muchos directores lo hacen, te lo digo yo.

¿Cambiaría algo de su carrera si pudiera dar marcha atrás?
No lo sé, porque todo trabajo tiene su parte de dolor, lo que importa es que el resultado esté equilibrado o que la parte positiva sea mayor. Yo creo que el trabajo sin dolor no existe. Pero no sé que hubiera pasado de no haber tomado una decisión… Vamos de puente en puente, haces una cosa y esa cosa te lleva a otra, y ésa a otra…