A estas alturas, las redes sociales profesionales ya no son un recién llegadas. LinkedIn, por ejemplo, se lanzó en mayo de 2003, XING lo hizo en noviembre de ese mismo año, y Viadeo, en junio de 2004. Suficiente tiempo como para que hayamos acumulado ya un importante bagaje de experiencia práctica en su manejo. A estas alturas, sabemos que su sesgo hacia el llamado «trabajador de cuello blanco» les proporciona unos «demográficos» muy interesantes, y que sus redes suelen tener un nivel de calidad mayor que el de las redes generalistas. Sabemos que son el paraíso de los «head hunters» y «recruiters», que ven en ellas una expansión sencilla y natural de sus bases de datos y se sienten un poco como «el que tiene la caja de los Donettes», ese al que le salían amigos por todas partes. Sabemos que cuando alguien no está en ellas, empieza a verse como un «tecnopléjico», un «cavernícola tecnológico», una característica que empieza a considerarse poco recomendable en los tiempos que corren. Pero se evidencia también que saber manejarse en las redes sociales profesionales no es cuestión sencilla. Que, como en tantos otros temas relacionados con la tecnología, los protocolos de uso se desarrollan cuando los procesos de adopción ya se encuentran bastante avanzados, lo que convierte a muchos usuarios en auténticos «exploradores del medio» por cuenta propia. Porque como el medio, además, se rige por dinámicas de cierta privacidad y discreción, el aprendizaje acaba dándose casi por entero en el campo individual, sin demasiada interacción con terceros.

¿Cómo debemos tratar nuestra relación con una red social profesional? En principio, como un lugar en el que decididamente, a día de hoy, es mucho mejor estar que no estar. No estar únicamente evoca sensaciones negativas, de carencia. Voluntaria o no, supone una exclusión. Y puestos a estar, mejor estar bien. Para estar bien, lo mejor es separar la llegada a la red de la motivación estricta que tenemos para hacerlo. No introduzcas tu perfil en la red social para conseguir trabajo, introdúcelo para estar ahí. Si entrases en un club privado para alternar con personas interesantes profesionalmente, procurarías que esa motivación, al menos, no fuese obvia, ¿no? Lo contrario provocaría seguramente un cierto grado de recelo entre los que te rodean. Alimenta tu perfil de manera consistente: un perfil desactualizado, que no contesta peticiones de nada o que tarda meses en hacerlo produce mala impresión. Pide recomendaciones de quienes creas que te las pueden dar justificadamente, y no solo cuando pienses en moverte. Si sólo pones bonito tu perfil cuando sales al mercado, eso se hará patente hasta para tu propia empresa, con todo lo que ello puede conllevar.

¿Hay que estar en todas las redes? No, y, además, se vuelve agotador. Métete en aquella que te guste más, donde te encuentres más cómodo, donde veas más personas de tu industria o de tu mercado, etc. Si no le dices lo contrario, y generalmente no hay razón para ello, la ficha mínima de tu red, la información básica, aparecerá ante los ojos de cualquiera que busque en Internet tu nombre y el de esa red, lo que hará que seas localizable para aquellos a quienes les puede interesar. De hecho, darte de alta en todas puede ser visto por algunos como prueba de desesperación. Además, fíjate en los contactos que aceptas: en una red social profesional, debes aceptar a personas de las que puedas decir algo en caso de ser preguntado, se supone que la red está para que puedas dar referencias, no para demostrar lo simpático que eres. No se trata ni de coleccionar contactos inútiles, ni de ser el que tiene más amigos del barrio. Y por supuesto, no envíes «spam» ni te conviertas en un pesado insoportable. La red social es un escaparate. Compórtate.

Por Enrique Dans

Profesor de Sistemas de Información en el Instituto de Empresa y conferenciante de Thinking Heads

Para más información: https://thinkingheads.com/