Roberto Álamo

Roberto Álamo, actor

Todavía repite con veneración adolescente los diálogos de la película «Días de vino y rosas» (1962) que llenaban sus horas de estudiante. Roberto Álamo (Madrid, 1970), aclamado por su papel de Urtain en el teatro, vive su oficio de actor con el pudor y el respeto propios de un recién llegado. Y ha sido gracias a esta obra por la que su nombre queda ligado al premio al que sólo acceden los grandes: el Max de teatro. La obra ha obtenido 9 galardones, entre ellos el de mejor actor protagonista para Álamo.

¿Cuál fue su primer empleo remunerado?

Un puesto de reponedor de juguetes en unos grandes almacenes cuando tenía 17 o 18 años. Estuve unos dos meses haciendo la campaña de Navidad, y a mi compañera y a mí nos dijeron que habíamos batido récord de ventas.

También es delineante de formación, ¿por qué este título de FP? ¿Le gustaba mucho el dibujo?

Sí, me gustaba mucho el dibujo y la arquitectura. Pero,sobre todo, había una razón poderosa para hacerlo, y es que yo no aprobé la EGB, era un terrible estudiante. Así que el único camino que encontraron mis padres para que siguiera estudiando fue ése, porque en FP no te pedían el Graduado Escolar para entrar. Después, escogí esa especialidad porque me gustaba mucho el dibujo.

¿Llegó a ejercer?

Entré en un estudio de arquitectura y el primer día me fui. Me dí cuenta de que no era lo mío.

¿Cómo se tomaron en casa su determinación a probar suerte como actor?

En cuanto acabé FP lo avisé en casa, dije que iba a hacer teatro porque quería ser actor. A mi padre le costó entenderlo; todo aquello le sonaba a chino. Mi madre, en cambio, me dijo que «adelante», pero que la formación me la pagara yo. Al final, ellos me ayudaron, aunque yo también estuve mucho tiempo trabajando de camarero.

En ‘Urtain’ ha llegado al moldear su cuerpo para encarnar al personaje. ¿Cuántos sacrificios está dispuesto a hacer por un papel?

Depende del personaje. Pero si quieres hacer un trabajo comprometido, serio, digno y profundo debes currártelo. Actuar no es poner una cara y -como dicen algunos- «tener salero». Por lo menos, ésa no es mi concepción del oficio. Actuar implica un conocimiento, una técnica y un aprendizaje de por vida; no es un pequeño juego.

En concreto, ¿cómo se acercó al personaje de Urtain y cuánto tiempo le llevó su preparación?

Yo comencé a estudiar a Urtain, al ser humano, ocho meses antes de que empezaran los ensayos, porque quería llegar estando relativamente seguro de lo que hacía y de quién era. Así que ocho meses antes empecé a ir al gimnasio todos los días, de lunes a viernes, cuatro horas diarias. De eso modo consigues un cuerpo similar a un levantador de piedras que, luego, se hace boxeador, un peso pesado. Y a José Manuel Ibar Azpiazu, al ser humano que es Urtain, me acerqué a través de todas las entrevistas que he podido localizar, de todas las noticias que se publicaron sobre él y sobre la gente que lo conoció. Así te haces una idea y vas creando un personaje. Y cada día que salgo de la función, y no es un tópico, siento que he crecido como ser humano.