Emilio Butragueño, director de Relaciones Institucionales del Real Madrid
Hijo obediente y responsable, Emilio Butragueño (Madrid, 1963) compaginó sus estudios, su afición por el fútbol y el trabajo en la perfumería de sus padres durante muchos años. Nunca, ni siquiera cuando debutó en primera división, pensó que tenía futuro como futbolista. Quizá por ello, por la forma entre despegada e incrédula con que vivió sus triunfos, tampoco se dejó seducir por el lujo del que hacen gala tantas estrellas fuera del terreno de juego. Él prefirió estudiar una carrera y dos programas de alta dirección para preparar bien su trasvase al despacho. En la actualidad, Emilio Butragueño es director de Relaciones Institucionales del club en el que marcó una época, el Real Madrid.
¿A qué edad se puso detrás del mostrador por primera vez?
A los diez años. Yo salía del colegio y, cuando terminaba los deberes, bajaba a la tienda. Es curioso, pero yo era el responsable de la sección de tintes y, además de atender, me encargaba de reponer y de cuidar que todo estuviera en orden. Incluso cuando estaba en el Real Madrid, trabajaba en el tienda en Navidades.
¿Sus padres confiaban en que les sucedería en el negocio?
No lo sé. A lo mejor sí, pero yo tomé otro camino. En cualquier caso, he de decir que lo que yo llamo la «cultura del mostrador» me ha ayudado toda mi vida. Trabajar en la tienda supuso un enorme aprendizaje. Cuando estás detrás del mostrador, hay que tener un gran respeto hacia las otras personas. Gracias a ellas, el negocio prospera. Y eso va modelando una relación y una manera de percibir a los otros que, a mí, me ha ayudado mucho.
Tras rechazar una oferta del Atleti, le fichó el Real Madrid. ¿A cuánto ascendió su primer sueldo?
Al mes, cobraba 15.000 pesetas. Yo tenía 18 años. Si hubiera sido por mi padre, hasta habría pagado por jugar en el Real Madrid [Risas]. Recuerdo que ese primer año, en tercera división, nos daban 2.000 pesetas por ganar los partidos en casa y 3.000 por ganar los de fuera. Antes de acabar la temporada subí al Castilla y, entonces, creo que nos daban unas 20.000 pesetas cuando ganábamos en casa. Pero mi padre no me dejó gastar ni siquiera una peseta. Todo lo ahorré.
Algún capricho se daría…
No. Y, desde luego, un coche no fue. Yo utilizaba el dinero para invertir. Tenía solamente dos caprichos cuando llegué al Real Madrid: viajar y el arte.
¿Qué aconsejaría a tantos y tantos niños que sueñan con ser futbolistas? Habida cuenta de los pocos que podrán vivir de su pericia con el balón.
Muy simple: que se diviertan, eso es lo más importante, y que sean ellos mismos. La vida decidirá por ellos, que no se agobien. Yo no pensé en ser profesional ni siquiera cuando debuté en el Real Madrid.
¿Y qué esperaba entonces?
Nada, sólo jugaba. De hecho, cuando debuté en el Real Madrid, pensé que volvería al Castilla. Sinceramente, esa inconsciencia, esa falta de planes me ayudó bastante.
Después, ¿nunca se planteó reciclarse en entrenador?
Jamás. No tenía vocación, y tampoco creo que tenga capacidad.