Miguel de la Quadra Salcedo, explorador y director de la Ruta Quetzal BBVA

«Voy a hacer un viaje en el túnel del tiempo y voy a contar algo que nunca he contado: cuando yo tenía nueve años, los Reyes Magos me trajeron una casulla y un cáliz para celebrar misa —en latín, claro— con un compañero del Sagrado Corazón. Me parece bonito contarlo, sobre todo ahora que hay tanto desmadre en esta piel de toro… Estuve interno con los jesuitas y muchos venían de fuera: unos de China, otros de México. Eso es lo que yo quería; ir a China, ir a México. Recorrer el mundo». No podía ni imaginar Miguel de la Quadra Salcedo (Madrid —a su pesar—, 1932), hasta qué punto se cumplirían sus sueños. «Mi padre me decía: “Tú, primero, estudia, haz una carrera y después…». Después, el mundo se le quedaría pequeño.

Con apenas cuatro años, sus padres se trasladan a Pamplona donde inicia una fructífera carrera como atleta, reconocida con nueve campeonatos de España en lanzamiento de jabalina, disco y martillo, y que le lleva a participar en los Juegos Olímpicos de Roma. «Tampoco he contado nunca que con unos seis años me regalaron mi primera cámara de 16 milímetros. Se la regaló a mi padre el hermano de Zubiri, el filósofo, por darle un litro de sangre en un accidente en el que que casi se muere».

Su primer gran viaje fue, precisamente, para competir en la Universidad de Puerto Rico, «porque allí no había lanzadores»; un viaje que las autoridades españolas de la época utilizaron para acercar a algunos intelectuales en el exilio. «Mi abuelo, Miguel Gayarre, era la mano derecha de Ramón y Cajal y quien le acompañó en sus soledades». Amigo de Juan Ramón Jiménez, éste le escribió un verso que podría servir para describir a su famoso nieto: «El hombre de roca con ojos color violeta». «Era de ese maravilloso Roncal que el día de mi cumpleaños me nombró Gran Almadiero». De la Quadra podría seguir horas hablando de su abuelo, de sus tías misioneras en la India, y de los vizcaínos y navarros que conquistaron América, «incluido ese roncalés que llegó a presidente de Estados Unidos, Lindon B. Johnson, con ‘be’ de Baines». Cuesta hacerle hablar de sí mismo, algo que le aburre sin disimulo. «Al llegar a Puerto Rico», continúa obediente, «descubro que en España, mis amigos no saben qué es América» y sin apenas intuirlo, se dispone a dedicar su vida a reparar esta afrenta.

Perito agrícola, comienza a colaborar como etnobotánico en la universidad, con expediciones que trabajan «aquí, en el Amazonas». A su regreso ofrece sus películas a Televisión Española, donde es rechazado con un «joder, para eso hay archivos. En ese momento, todo el mundo se lanzó a leer un teletipo: “Ocho monjas españolas asesinadas en el Congo”. Yo les dije: “Dadme un billete”. A los tres días estaba en el Congo enterrando a las monjas». Así comienza una relación que ha escrito algunas de las mejores páginas de nuestra televisión. Condenado a muerte en la guerra del Congo, cubre acontecimientos históricos como el golpe de Pinochet o Vietnam, y entrevista a personajes cruciales como el Dalai Lama, Indira Gandhi, Salvador Allende o Pablo Neruda.

Y hoy, echando la vista atrás, ¿dónde ha sido más feliz? «En esa soledad compartida que pocos viven. En los grandes desiertos de bloques de hielo o de arena: cruzando el Sáhara con el Polisario o con los esquimales en Kanak [Groenlandia]». Recordando esas expediciones, sus ojos azules brillan de una forma extraña y se vuelven violetas. «¿Qué me defina? Soy, siempre he sido, un nómada con las botas al revés: no se sabe si voy o vuelvo».

Hablando de trabajo

«El campo lo es todo. Quien no lo conozca, no conoce la vida»
«Con 16 años gané mi primer sueldo como contrabandista: llevábamos cobre de Pasajes, y a la vuelta traíamos penicilina y “Chanel Número 5”. Si eras contrabandista, eras un hombre. Nos guiaban nuestras amigas», explica señalando al techo. «Allí aprendí el camino de las estrellas».

Y si ya le gustaba lo desconocido, ¿por qué se hizo perito agrícola? «El campo lo es todo: donde siembras, crece la mies. Quien no conozca el campo, no conoce la vida». ¿Alguien le ayudó a diseñar su carrera? «Sí. Mi madre, que tenía el primer carné de conducir camiones en Navarra», recuerda con una gran sonrisa. A ella debe su pasión por lo desconocido, esas ganas de ir más allá que le han llevado de la ceca a la meca, sin más dirección que un viento especial que sólo sopla para él. ¿Sus mejores recuerdos? «Cuando fui ballenero cacé 44 ballenas. Bueno, no, cachalotes; la Isla de Pascua; en Chile luchando con una boa; el unicornio —mi obsesión—» o «los esquimales, tan generosos que comparten hasta sus señoras…».

Ruta Quetzal, de cómo una idea se transformó en una realidad

En 1979, el Rey le dice a Miguel de la Quadra que estaría bien crear un programa para estrechar lazos entre España y América de cara al Quinto Centenario. El explorador le contó su idea: una ruta en barco para unir a jóvenes de ambos continentes. «Un programa iniciático, ilustrado y científico, en el que se mezclaran aventura y cultura». Miguel de la Quadra insiste en que la nueva convocatoria de Ruta Quetzal BBVA ya está abierta para celebrar el bicentenario México 2010. «Toda la información está en Internet, en www.rutaquetzalbbva.com». Dicho queda.