Fueron los primeros en acudir masivamente a la universidad, pero cuando les llegó la hora de incorporarse al mercado de trabajo eran demasiados y, además, se toparon con la crisis del 92. La generación que ahora ronda los 40 años nació en un mundo —con un sistema de valores tradicional y católico y un sistema productivo donde el peso del sector primario todavía era muy elevado— que se transformó rápidamente, mientras ellos daban el estirón. «Yo nací en el año 1969, así que viví seis años en el régimen de Franco y todavía heredé determinados valores, una manera de entender la educación, el mundo… Y ahora estamos en otro entorno, han pasado muchas cosas en muy poco tiempo», dice el escritor Álex Rovira. «En ellos se da el cambio —corrobora Julio Pérez Díaz, demógrafo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)—. A principios de los sesenta, el estado ideal de la mujer todavía es el matrimonio, pero, unos años después, la trayectoria femenina ya es muy parecida a la de los hombres».

La revolución de la cocina

María Ángeles Durán, también socióloga del CSIC, advierte de que la revolución de los sesenta en España no se fraguó en la calle ni gracias a las leyes, sino en las cocinas. Porque las madres estuvieron dispuestas a sacrificarse para que sus hijas no reprodujeran su papel en la sociedad. Y ese mismo afán por que sus hijas mantuvieran la independencia económica las ha llevado después a ocuparse de los nietos. En buena parte gracias a ellas, la tasa de ocupación femenina se duplicó —del 22,7% se pasó al 44,1%— en los 25 años comprendidos entre 1983 y 2008, mientras la masculina apenas se ha movido.

Y a medida que el número de ocupadas crecía, el número de hijos por mujer, que era de 2,8 en 1975, se despeñó hasta el 1,1 en 1995, y desde 1999 ha ido creciendo hasta alcanzar el 1,4 actual. Los cuarentones, hijos de familias numerosas, han descubierto la paternidad cuando sus progenitores ya tenían vástagos adolescentes o bien han terminado por renunciar a ella en aras de su desarrollo profesional. Julio Pérez Díaz advierte, sin embargo, de que «el relevo generacional no ha sido fácil», porque se crearon muchos puestos de trabajo en los setenta a los que ellos, obviamente, no llegaron. «El nivel de instrucción no ha tenido efectos automáticos en sus vidas».

Hipotecados y mucho más adictos al consumo que sus progenitores, ellos son la primera generación de la historia de España que ha aprendido a vivir al día. «Sí, porque sus padres, que les permiten tener estudios, empiezan a no pedirles ni trabajo ni dinero, no necesitan explotar a sus hijos para mantenerse. Y ellos, los que nacen en la segunda mitad de los años sesenta, empiezan a ser dueños de su propio sueldo», afirma Julio Pérez Díaz.