El lunes, más de un millón de mujeres celebraron su ‘Día Internacional’ poniendo en marcha, como cada semana, su tienda, su peluquería o su pequeña empresa de informática. Ellas, 1.057.674 según la Federación Nacional de Asociaciones de Trabajadores Autónomos, soportan, junto con unos dos millones de emprendedores del género masculino, más del 90% del tejido empresarial de nuestro país, formado por pymes y micropymes. Y más aún. Entre todas dan trabajo a dos millones de personas, lo que supone una contribución al PIB nacional del 10,5%, tal y como calculan las Cámaras de Comercio y la Fundación Incyde en su estudio ‘Mujeres empresarias en la economía española’. Sin embargo, esas cifras podrían, y deberían, según los expertos, ser más altas. Mientras que la tasa de empleo femenino crece —desde el año 2000 se ha incrementado en más de diez puntos hasta rondar el 55%—, el número de mujeres que trabaja por cuenta propia apenas se ha movido del 30%, frente al 70% de hombres, en la última década. ¿A qué se debe este desfase? El citado estudio esgrime varias razones interesantes, entre ellas, que hasta 1976 las mujeres casadas no podían, sin consentimiento de su marido, abrir una cuenta corriente, ni hipotecar, comprar o vender bienes. Asimismo, incide en la escasez de cultura empresarial —de modelos, tradición…— entre el género femenino.

Sin embargo, el obstáculo más mencionado por las empresarias es el acceso a la financiación. Un problema que en estos momentos se agrava. «Ahora mismo, los bancos se muestran reacios a facilitar créditos, pero si encima llega una mujer con un perfil, a priori, de cierta insolvencia, el tema se complica», lamenta Julia García Vaso, presidenta de la Plataforma Enlaces, que agrupa a más de 3.500 empresarias. Pese a todo, no tiene nada que ver con un tema de discriminación. Rachida Justo, que es profesora de Gestión Emprendedora en IE Business School, explica que esta hipótesis dejó de barajarse hace unos años: «Lo que sucede es que las instituciones financieras otorgan los créditos en función del negocio que se vaya a crear, y las mujeres suelen optar por proyectos más pequeños, en sectores menos punteros y partiendo de un capital menor».

Este problema puede comenzar a borrarse a medio plazo, ya que el perfil de la trabajadora autónoma está cambiando. Hace unos años, el grueso lo conformaban las conocidas como ‘ayudas familiares’, es decir, aquellas que colaboraban en el negocio junto a su marido, sus padres u otro familiar. Hoy, tan sólo representan el 13%, frente a seis de cada diez que son autónomas sin asalariados y un 24% que tiene empleados a su cargo. Asimismo, hasta ahora, y como reflejo del mercado laboral por cuenta ajena, sus negocios se centraban en el sector terciario (un 75%). «Hoy crecen los servicios a empresas, aprovechando la externalización de las compañías, como informática, consultoría, mensajería «, detecta García Vaso, quien también reconoce que ha mejorado la cualificación de las empresarias, «mucho más jóvenes y mejor formadas que hace unos años». En esta evolución, Rachida Justo destaca que también se renuevan las motivaciones. «Cada vez —explica—, son más las que emprenden porque ven una oportunidad de desarrollo y no sólo una salida al paro o una forma de romper el techo de cristal».

Tanto Carlota Mateos como Isabel Llorens encajan a la perfección en este nuevo retrato robot. Jóvenes, licenciadas y en un sector de peso como el hostelero, las creadoras del club de calidad Rusticae, que el año pasado fueron reconocidas por Fedepe como «Empresarias del año», confiesan que «en los inicios, ser mujer fue un freno». 13 años después, este dúo empresarial que antepone su amistad a los negocios —»si una falta un día, la otra cerrará el chiringuito»— cree que, pese a las cuotas, sigue existiendo un freno para la mujer. «La maternidad siempre está ahí, y sin duda, limita durante un tiempo tu carrera. Lo peor es el problema de culpa que tienen muchas mujeres que piensan ‘si soy buena profesional no soy buena madre’», reflexiona Isabel Llorens.

La culpabilidad sigue, por tanto, siendo un lastre para la mujer. «En mis años de experiencia —comenta la presidenta de Enlaces— he visto que nos sentimos más responsables por arriesgar parte del patrimonio familiar». Pero, como apunta Llorens, la solución a este problema es mucho más compleja: «Debe empezar por una misma».