Por Franc Ponti, profesor de EADA y conferenciante de Thinking Heads
España tiene un problema serio, todo el mundo lo sabe. Millones de personas desempleadas nos sitúan a la cola de los índices de paro en Europa. Más que un problema, es una tragedia. Porque, además, viene de lejos. Nuestro país ha vivido demasiado apalancado en unos sectores por todos conocidos, y no ha aprovechado lo suficiente las oportunidades que ofrecían otros. Es triste, pero la consabida frase «Que inventen ellos» todavía pesa demasiado en nuestro inconsciente colectivo. Aquí hay gente creativa a raudales, incluso algunas empresas destacadamente innovadoras… Pero, en conjunto, no brillamos en innovación tanto como correspondería a nuestra situación en PIB.
Las nuevas generaciones pueden ayudar a cambiar este panorama. Aunque criticadas por algunos (dicen que son vagas, caprichosas…), es evidente que su forma de ser y de entender la vida puede encajar perfectamente con el nuevo escenario que España necesita. Analicémoslo.
La ‘generación Y’ o ‘Einstein’ se caracteriza, entre otras cosas, por no aceptar la autoridad ‘per se’. Exigen que los jefes lo sean por méritos propios, y son capaces de desafiar al poder si es necesario. Son personas que aprecian la diversión, saben que un trabajo aburrido es como una antesala del cementerio. Han adquirido nuevos hábitos de trabajo: funcionan bien en equipo, en red, y definitivamente se relacionan de una forma estupenda con la tecnología. Incluso, están cambiando las reglas del juego: ven la televisión por su móvil o en el ordenador, son capaces de hacer tres o cuatro tareas de forma simultánea…
Por otra parte, necesitamos que nuestras empresas sean capaces de dar un viraje fuerte hacia la innovación. Innovar es ser capaz de lanzar una idea de negocio con éxito al mercado. Pero no es fácil ni se consigue de un día para otro. La innovación auténtica necesita creer en una filosofía que desafía muchos de los planteamientos clásicos de la empresa: requiere liderazgo compartido, democracia de las ideas, diversión y pasión, mentalidad ensayo-error… Sin embargo, para muchas organizaciones, algo desorientadas, innovar es sinónimo de tecnología (craso error) y, atrapadas por la crisis y los malos resultados, se acogen desesperadamente a cualquier moda que pueda salvarlas.
Las nuevas generaciones, paulatinamente, pueden ayudar a cambiar el mortecino panorama que todavía se aprecia en muchas de nuestras empresas: ordeno y mando, estructuras jerárquicas, trabajo monótono, miedo atroz a desafiar los convencionalismos, desprecio (disimulado) hacia los clientes. Necesitamos aire fresco, menos directivos prepotentes, más pasión por hacer cosas que cambien el mundo y más capacidad de diálogo, trabajo colaborativo y ‘humbición’ (ambición mezclada con humildad).
A España le espera un futuro gris —dada la manifiesta incapacidad de los políticos por ayudar en estos temas—, si no somos capaces de reinventarnos y de reimaginar una sociedad más igualitaria, equilibrada y justa, en la que la creatividad, los méritos propios y la colaboración ganen terreno a la prepotencia, el pelotazo y las mismas malditas maneras de siempre de hacer las cosas. Necesitamos nuevos liderazgos sociales, más allá de la política, que empiecen a poner las cosas es su lugar.