Cada mes de septiembre se repite la misma escena. A las consultas de los médicos de cabecera se acerca un buen número de personas con decaimiento, falta de apetito, insomnio, tristeza, irritabilidad, taquicardias, problemas estomacales… Al paraíso de las vacaciones le sucede el infierno de la vuelta al trabajo y a las obligaciones diarias. Se trata del ya tradicional síndrome o estrés postvacacional.
No existen cifras oficiales sobre qué porcentaje de la población se ve afectada por estas dolencias. En realidad, el síndrome postvacacional no está considerado una enfermedad por las instituciones sanitarias ni contemplado en los tratados de medicina y es, por lo tanto, muy difícil de cuantificar. Según los datos que maneja el Grupo de Salud Mental de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SemFYC), este trastorno afecta a un 15% de los individuos adultos y a entre un 5 y un 8% de los niños, que también se muestran decaídos por volver a la escuela. Por su parte, un estudio realizado por la empresa de empleo temporal y consultora Randstad sobre una muestra de casi mil personas eleva esas cifras considerablemente, más del 63% de los trabajadores de entre 30 y 44 años reconoce que sufre síndrome postvacacional.
Sin embargo, la mayoría de los psicólogos coincide en que el malestar asociado a la vuelta de vacaciones no es tan fiero como lo pintan. «Se ha exagerado mucho. Por culpa de psicólogos y de periodistas, se ha creado una dolencia un tanto artificial. A cualquiera le puede molestar que le suene el despertador a las 7 de la mañana después de un mes sin tener que madrugar, pero no tiene mayor importancia. A lo largo de nuestra vida nos adaptamos sin problemas a cientos de cambios de ese calibre«, afirma el psicólogo clínico Esteban Cañamares, que asegura que el 99% de la población se adapta perfectamente a la vuelta de vacaciones. Además, no duda en guardar el síndrome postvacacional en el cajón de los mitos modernos. «Hace diez años no se hacían este tipo de consultas, ¿es que hace una década el trabajo era más divertido? Simplemente se trata de que hablamos más de ello en los últimos años y, en el momento en el que nos referimos a ese síndrome, la población da por hecho que existe», sentencia.
Cambio de hábitos
En realidad, todos esos síntomas asociados a la vuelta al trabajo derivan de un cambio en nuestra rutina y ritmos biológicos. Después de varias semanas de relax cuesta volver a los horarios habituales, a los atascos, a las responsabilidades y a las obligaciones, que, en este caso, se convierten en una fuente de ansiedad. «Nos sometemos a un cambio, asegura Lourdes Merino, directora del Centro Español de Control de Estrés. «Aunque a la vuelta el trabajo que desempeñamos es de sobra conocido, no deja de ser una actividad totalmente diferente a la que hemos estado viviendo en la época de vacaciones. Durante esas semanas no sólo hemos dejado el trabajo, sino todo lo que conlleva: las relaciones con los jefes, con los compañeros, los atascos, el itinerario diario, el horario,…», opina la doctora Merino.
Como ocurre con todo cambio, el organismo debe prepararse para afrontarlo y adaptarse a él, lo que puede traducirse en inquietud, mayor cansancio del habitual, alteraciones en el ritmo del sueño… y algún que otro enfado al pensar que falta un año para un nuevo descanso. Pero la doctora Merino pone la diferencia: «Esto no necesariamente es estrés».
De la misma manera que no contamos con cifras oficiales sobre el número de personas activas que sufren estrés postvacacional, tampoco existe un patrón definido del empleado aquejado de malestar tras la vuelta del verano. Y es que, en realidad, tiene más que ver con la personalidad de cada individuo y la manera en que afronta las cosas que con la estadística. La doctora Merino asegura que estilo de vida, la profesión, la manera de pasar el tiempo de ocio, las relaciones o la forma de pensar son algunas de las variables que influyen en que afrontemos mejor o peor el regreso al trabajo. «Los efectos negativos del estrés no aparecen necesariamente a causa del periodo postvacacional, sino por la vulnerabilidad de la persona o por sus inadecuadas estrategias para afrontar situaciones», concluye.
Problemas ocultos
Aunque es cierto que la mayoría de la población no tiene ningún problema para volver al trabajo tras varias semanas de descanso, algunos individuos si se enfrentan a un nivel de ansiedad preocupante que, en el peor de los casos, puede enmascarar un trastorno más profundo. «Cuando encontramos a una persona deprimida, que sufre mucha angustia porque hay que volver al trabajo, no hay que pensar que la causa de todo ello está en que se acaban las vacaciones, sino en que algo pasaba ya previamente. Existe un 1% de personas que sufre mobing en el trabajo o que tiene unas pésimas relaciones humanas en la empresa en la que trabaja. Para ellas, volver al trabajo puede suponer una fuente de ansiedad, no tanto por la vuelta de las vacaciones como por regresar a una situación que producía aversión ya de antemano. O bien hay un problema serio en el mundo laboral o bien hay otra patología por la cual a la persona le da por hablar del trabajo igual que le puede dar por hablar de otra cosa», asegura Cañamares.
La mejor medicina para combatir el llamado estrés postvacacional pasa por tomar una actitud positiva ante el trabajo y dejar de verlo como una herramienta mercantilista cuyo único fin es ganar dinero. El doctor Cañamares recomienda que unos días antes de ir a trabajar reflexionemos sobre qué nos aporta. Puede servir para ganarnos un puesto en la sociedad o para tener relaciones humanas que nos enriquezcan. Pero confiesa que no es fácil alcanzar ese punto de vista. «Por desgracia, para la mayoría de los españoles el trabajo no es una forma de desarrollo personal, sino una obligación, una carga inevitable, y a nadie le gusta volver a la carga», concluye. Así que, durante estos días, sonría, por favor.