«Ciclista, futbolista o héroe como el Capitán Trueno o Superman». De pequeño, José Miguel Andrés (Madrid, 1955) «no tenía una vocación bien definida». O mejor dicho, tenía varias. ¿Y cuándo supo qué quería hacer en la vida? El presidente de Ernst & Young sonríe mientras responde un tranquilo «estoy en ello».

Lo suyo fue la duda típica del buen estudiante, aquél a quien se le daban igual de bien las letras y las ciencias. «Me encantaban las Matemáticas —la ciencia más pura, más entretenida y más bella—, pero también la Historia y la Filosofía. Por eso decidí estudiar Ciencias Económicas en la Complutense, sin saber muy bien lo que contenía la carrera». No le defraudaron los estudios: «Me gustó mucho todo: sorprendentemente me encantó la Contabilidad —me pareció un juego— y también la Estadística, y descubrí algunas asignaturas de Derecho: Mercantil, Tributario o Laboral, que también me gustaron».

Primeros pasos
«Cuando acabé la carrera me fui a hacer las prácticas del IMEC [milicias universitarias] durante seis meses como alférez. Para mí eso fue ya un trabajo porque primero, pagaban razonablemente bien, y segundo, con 22 años me hice cargo de un grupo de gente asumiendo una serie de responsabilidades. Fue muy formativo: un periodo corto, pero lo suficientemente intenso como para aprender muchas cosas».
Tras esta primera experiencia laboral llegó su primer trabajo de verdad. «Nada más terminar las prácticas comencé a trabajar en una firma de auditoría sin saber muy bien lo que era. Me sonaba que era algo que me permitiría conocer distintas empresas para luego elegir lo que realmente me gustara». Sin saberlo se iniciaba en un mundo que iba a mantenerle muy ocupado el resto de su vida… «A los tres años entré en Arthur Young [germen de la actual Ernst & Young], con la perspectiva de desarrollar una carrera dentro de esta casa, de conocer distintos sectores y empresas para saber cuál sería mi futuro».

Con 27 años, José Miguel Andrés hace un paréntesis para descubrir otros mundos. «Dejé la profesión durante dos años y luego me reincorporé. Fue como una prueba para revalidar que lo que me gustaba era esto». ¿Y qué es lo que tanto le atraía del mundo de la auditoría? «Sobre todo es muy atractiva la posibilidad de conocer con bastante profundidad qué está pasando en empresas muy distintas, en sectores y con personas diferentes, especialmente cuando eres joven, curioso y quieres aprender». Él tenía esas inquietudes y quería trabajar para saber más: una buena mezcla que impulsó rápido su carrera.

«Con 32 años me convierto en socio de la firma y me encargan la responsabilidad de desarrollar un grupo especializado en servicios al sector financiero». Más de 100 personas a su cargo y todo por hacer fueron su mejor trampolín. «Empezamos desde cero con muchísima ilusión. Fue muy bonito, pero también muy duro y me sirvió para desarrollar habilidades de dirección y coordinación, incluso con gente con más experiencia que yo. Para mí fue un reto dirigirles, apoyarme en ellos, aprender de ellos, involucrarles en el proyecto y motivarles».

«Después, con 45 años, entré a formar parte del comité de dirección europeo de la firma para la actividad de auditoría. Discutir y trabajar con compañeros de otros países fue muy interesante porque empiezas a conocer desde dentro otras formas de trabajar, de pensar, de hacer… Te das cuenta de que no hay que tener complejo de inferioridad con nadie, pero también de que hay mucho que aprender». Cuatro años después es nombrado presidente de Ernst & Young España: «Fue una gran satisfacción que mis compañeros me eligieran», explica con naturalidad.

Pero en una carrera de fondo como la suya también ha habido tiempo para sombras, «como las crisis económicas en las que a las firmas de auditores se nos involucró y demandó de forma injusta. Lo de Andersen fue terrible, pero los demás hemos tenido nuestros enrons particulares».