Esta semana, la Unión Europea instó al ejecutivo a optimizar las ayudas comunitarias que recibirá en el futuro, destinando más dinero a combatir el empleo juvenil y menos a las infraestructuras. Es decir, el dinero europeo debe ir donde más se necesita para poder salir de la crisis. El tema es importante, porque se trata de una cifra nada desdeñable: España recibió, para el periodo 2007- 2013, casi 44.000 millones de euros –el 4% del PIB-.
No es la única llamada de atención sobre el drama del desempleo juvenil y sus causas. Según datos recogidos por la Unesco en la edición de 2012 del estudio anual «Educación para Todos», publicado en octubre, España es el primer país de Europa en términos de fracaso escolar y de mala inserción laboral de sus jóvenes: uno de cada tres jóvenes españoles de entre 15 y 24 años dejaron sus estudios antes de acabar la enseñanza secundaria. La media europea es uno de cada cinco.
Las consecuencias del elevado desempleo juvenil pueden ser catastróficas para el futuro. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) advierte en un informe de que «el desempleo y el subempleo persistentes de los jóvenes conllevan un elevado costo socio económico y representan una amenaza para el tejido social». Un ejemplo claro de estos «elevados costos» lo tenemos en los denominados «ninis» –jóvenes que ni estudian ni trabajan-. Según un reciente estudio encargado por la Comisión Europea, el año pasado, en toda la Unión Europea, este colectivo generó unas pérdidas totales de 153.000 millones de euros, el 1,2% del PIB – contabilizando, para hacer esta estimación, el menor consumo y los impuestos no pagados por este colectivo-, de las cuales casi 11.000 millones fueron costes directos para los estados. En el caso español, los «ninis» suponen unas pérdidas de 15.700 millones de euros al año.
El desempleo juvenil se ha convertido en un quebradero de cabeza para algunos países europeos. La tasa de paro juvenil alcanzó en septiembre el 23,3% en la zona euro y el 22,8 % en el total de la UE, tras el 21% y el 1,7% registrados respectivamente en el mismo mes de 2011. Manuel Escudero, director general de Deusto Business School, analiza el fenómeno del desempleo juvenil en España. Para él, el mercado de trabajo local «ha sido siempre injusto con la juventud». Se trata, dice el experto, de un modelo «casi puro», polarizado por «insiders» y «outsiders», «donde unos tienen una situación de sobre protección y otros están casi completamente desprotegidos», y añade que «ese tercio de trabajadores temporales que hemos tenido en los últimos 20 años y que no se ha acertado a bajar pertenece básicamente a jóvenes». Hemos llegado a la situación actual, pues, por la suma de un sistema injusto y los efectos de la crisis.
¿Generación perdida?
La OIT advierte de que «si no se adoptan medidas inmediatas y enérgicas, la comunidad mundial se enfrentará al triste legado de una generación perdida». El organismo dependiente de Naciones Unidas señala que en 2012 hay, en el mundo, casi 75 millones de jóvenes desempleados, 4 millones más que en 2007, y más de 6 millones han abandonado la búsqueda de un puesto de trabajo. Manuel Escudero, de Deusto Business School, cree que en España ya hay más de una generación perdida. «Nos encontramos con un país que no es capaz de dar oportunidades de desarrollo profesional a las nuevas generaciones. Un país que hace eso es un país que se está autoaniquilando», opina, y lo ejemplifica con algunas situaciones cotidianas para los jóvenes españoles. Permanecer en la casa familiar hasta los 30 años es un fenómeno «típicamente español, que no se da en la mayoría de los países europeos », observa. Además, hasta ahora, los jóvenes universitarios no tenían, en general, problemas para encontrar un puesto de trabajo, pero también la crisis les ha dado de frente.
ÁngelsValls, profesora del Departamento de Dirección de Personas y Organización de ESADE, diferencia dos tipos de perfiles a la hora de analizar el desempleo juvenil: uno más formado y con algo de experiencia laboral y otro sin formación y sin experiencia. Valls cree que el término «generación perdida» se aplicaría más al segundo perfil, a «las personas que han trabajado en una serie de ocupaciones que no requerían ni especialización, ni capacitación, ni experiencia». «Yo creo que ya eran generación perdida en el momento en el que abandonaron su proceso formativo para entrar en un mercado laboral en el cual no iban a crecer desde el punto de vista profesional », señalaValls.
Soluciones a largo plazo
La solución a todos estos problemas no llegará, según Escudero, hasta que haya crecimiento y hasta que «las reformas laborales no supriman este modelo de outsiders-insiders que tenemos, en el cual a los jóvenes les toca la peor parte, desde el punto de vista del trabajo temporal». Y, también, hasta que no se fomente el emprendimiento, «realizando políticas tanto desde el punto de vista de la educación como de la financiación para que llegue a haber muchos más emprendedores de los que tenemos ahora y que el coste del fracaso del emprendedor no sea desorbitado».
Mientras, Ángels Valls, de ESADE, opina que «hay un problema de actitud, porque a veces no se trata solo de tener la oportunidad sino de reconocerla y apreciarla». «Hay un trabajo de motivación previa con estas personas para que entiendan qué implica su incursión en el mercado de trabajo», añade Valls. La profesora de ESADE cree que, a pesar de la crisis, todavía surgen oportunidades. «Podemos saber exactamente, con los datos de la seguridad social, cuándo se van a jubilar las personas y en qué empresas van a hacerlo. A partir de aquí, toca un trabajo de detalle para planificar la sustitución de estas personas que sabemos que se van a jubilar», explica. Esta fórmula serviría tanto para jóvenes como para gente proveniente de sectores que se tienen que reciclar.
Desde otro punto de vista, la solución podría estar en la Formación Profesional (FP). La Unesco insiste en fomentar las prácticas y en mejorar la formación profesional, con el fin de preparar a los jóvenes para el mundo laboral. Según los cálculos de la institución, cada dólar invertido en educación y en competencias supone un retorno de 10 dólares para la economía del país inversor.