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Raúl Fernández, asturiano de 38 años, padece una severa discapacidad visual que no le impidió, primero como ciclista y más tarde como yudoca, representar a España en 28 competiciones internacionales. A los 19 años abandonó sus estudios de Bachillerato y aceptó un puesto como vendedor de cupones que le permitía no racanear tiempo a los entrenamientos. «Con 19 o 20 años y una carrera internacional, nadie puede convencerte para que dejes el deporte y sigas formándote», dice Raúl, que, cinco años después de abandonar la competición, ha decidido dar un nuevo rumbo a su vida. Hace seis meses se trasladó a Madrid con su familia, y en la actualidad aprovecha su baja médica como vendedor de la ONCE para formarse en adiestramiento canino. «Intento encauzar mi vida hacia otros derroteros. Llevo muchos años a pie de calle y ahora tengo otros objetivos. Noto que me estoy perdiendo como trabajador».

Como Raúl, son muchos los deportistas retirados que llegan a la treintena desorientados y confusos, porque, aunque necesitan encontrar un trabajo para ganarse la vida, no saben ni por dónde empezar. «Son muy pocos los que planean su retirada. La mayoría lo deja porque ya no les contratan, y la situación les llega de sopetón. Por eso, hay que hacer una labor de concienciación entre los más jóvenes», recomienda José Luis Llorente, presidente de la ABP (Asociación de Baloncestistas Profesionales) que colabora como formador en el programa de inserción laboral para deportistas de la Fundación Adecco. «Cuando abandonas una actividad que te lleva tres o cuatro horas de entrenamiento diario, recibes un golpe muy serio, porque se produce un vacío en tu vida», cuenta Raúl Fernández.

A dos bandas

Los dos hijos de Llorente, que vistió la camiseta de la Selección en 112 ocasiones, también juegan al baloncesto, pero no por ello han dejado de lado sus estudios. El mayor, por ejemplo, compagina sus entrenamientos en el Estudiantes con la carrera de Ingeniería de Minas. El objetivo es adquirir —en paralelo a lo que puede ser una rutilante trayectoria en las canchas— unos conocimientos técnicos que luego faciliten su acceso al mercado laboral. Porque los malos datos de empleo que afectan al conjunto de la población española se tornan pésimos entre los ex deportistas profesionales. Según un reciente informe de la Fundación Adecco, el 37,5% de ellos está en paro y de los que trabajan, ya sean deportistas en activo o ex, el 68,6% ha de conformarse con un contrato temporal.

José Ignacio Hernández, jugador profesional de fútbol sala del Valverde, y Rafa Vidaurreta, baloncestista profesional hasta hace unos meses, forman parte del grupo de deportistas que tiene un título académico. Hernández, de 32 años, es licenciado en Periodismo y Vidaurreta, de 33, estudió Comunicación en Estados Unidos. «Es difícil compatibilizar deporte y estudios, pero también depende de la capacidad de sacrificio del individuo. Falta convencimiento a las edades más tempranas. Yo tengo el título gracias a mi padre», confiesa Vidaurreta, que se ha apuntado a unos cursos del INEM, aunque no descarta la posibilidad de emigrar a Estados Unidos si en España no se presentan oportunidades. «El sistema americano es el ideal. Allí si quieres jugar al máximo nivel, tienes que pasar por la universidad».

Hernández, por su parte, ve próximo el fin de su carrera como deportista y empieza a inquietarse. «Es muy duro encontrarte al final. A los 25 tienes 15 ofertas sobre la mesa, y ahora que se va cerrando esta puerta tampoco te permiten acceder al mercado. Te rechazan por ambos lados», lamenta Hernández, que está dispuesto a hacer un máster y reciclarse. «El objetivo es llegar a la entrevista de trabajo, porque, como nosotros estamos acostumbrados a hablar en público, creo que en las distancias cortas ganamos mucho».

Dado que a sus títulos universitarios no añaden experiencia profesional, ni Rafa Vidaurreta ni José Ignacio Hernández apuestan por un tránsito laboral tranquilo y sin sobresaltos, máxime en una época de crisis como la actual, que ha reducido el número de patrocinadores, muchos de ellos vinculados a la construcción. El año pasado, su club dejó de pagar siete meses a Hernández, que hubo de emplearse como tramitador de seguros mientras tanto. «Llegó un momento en que tuve que decidir entre el periodismo y el fútbol. Yo decidí y, a lo mejor, me equivoqué», reflexiona a posteriori el jugador.

Cada día más conscientes de que sólo unos cuantos privilegiados ganan lo suficiente en su etapa profesional para subsistir de por vida, el 44,7% de los deportistas en activo que han sido entrevistados por la Fundación Adecco combina sus entrenamientos con otro empleo. También son cada día más los que estudian —78,6% en el último informe frente al 74,6% del año anterior— y los que no querrían que sus hijos siguieran sus pasos profesionales —34,8% frente al 25%—.

Programa PROAD

Asimismo, las instituciones públicas se implican en la inserción laboral de los deportistas de élite. Portadores de unos valores —orientación a resultados, constancia, disciplina…— muy apreciados en la teoría de los recursos humanos, en la práctica las empresas se suelen mostrar reticentes. «Prefieren que tú hayas adquirido esos valores trabajando en una oficina, no en un campo de fútbol», afirma José Ignacio Hernández. Para evitar ese tipo de desencuentros, el mes pasado el Consejo Superior de Deportes anunció la adhesión de 27 nuevas empresas al Programa de Apoyo a la Formación y a la Inserción Laboral (PROAD) de deportistas de alto nivel. Se calcula que, a finales de 2010, 758 profesionales se habrán beneficiado de esta iniciativa, que ha permitido la colocación de tres de cada cuatro de los inscritos en el último año.

Aunque a la gran mayoría —un 96,9% según la Fundación Adecco— le gustaría seguir vinculado al deporte tras retirarse, sólo el 14,3% lo consigue. Pero puestos a renunciar a un trabajo próximo a su vocación, son los puestos de relaciones públicas y comercial los que suscitan un mayor interés entre ellos. «Ésta es una profesión muy vocacional y a todos nos gustaría seguir en ella, pero no se genera tanta oferta de empleo como vocaciones hay. Se ven más en las actividades que se realizan de cara al público, que también requieren esfuerzos dinámicos, que en una oficina», declara José Luis Llorente, que, a sus 51 años, ha podido asistir al declive profesional de varias generaciones de deportistas. El balance, pese a los desajustes de los primeros momentos, es positivo. «Al principio, algunos tienen problemas, pero, a la larga, todos acaban más o menos bien, con una situación cómoda».