Alicia E. Kaufmann, Catedrática de Sociología.
Según el recién publicado informe Panorama de la Educación 2012 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), España es el país europeo con el porcentaje más alto de jóvenes que ni estudian ni trabajan. Pero este es sólo un datos más del negro panorama educativo que vivimos en nuestro país y que, junto a otros problemas, nos ha llevado a un paro general del 25% y uno juvenil de más del 50%.
Pero, ¿qué pasa con los que consiguen llegar a la Universidad? Esta institución, que debería servir para liberar las ideas, se está convirtiendo en un lugar limitador del conocimiento. Como entorno social y antropológico, debe promover las relaciones interpersonales, la comunicación empática, el fomento del conocimiento, la creatividad y la imaginación. En suma, favorecer el desarrollo del potencial de los individuos. En cambio, se ha convertido en un “no lugar”, en el que estas cualidades se inhiben.
El filósofo francés Marc Augè, se refiere al entorno académico como el alma mater, en donde desde el cuidado y la comprensión del otro, la Universidad funciona como una madre buena. Sin embargo, los recientes cambios sociales y económicos han creado una estructura cada vez más rígida y generadora de ansiedades. Mientras que los recursos destinados a la enseñanza son cada vez menores, son mayores las presiones. Los departamentos se han convertido en gestores administrativos; las facultades en fábricas de conocimientos y los alumnos en clientes, en lugar de creadores de nuevas ideas. Autonomía, competencia, presencialidad…. son los nuevos términos que el plan Bolonia ha traído al lenguaje académico cotidiano.
Las consecuencias son claras. Los alumnos se quejan de que los profesores están desmotivados y los profesores están desbordados por clases masificadas, en las que aplicar el plan Bolonia es complicado y sometidos a la tensión de publicar trabajos en revistas académicas de impacto, a las que resulta difícil acceder. La falta de límites claros y la pérdida de autoridad del profesorado ha dado fuerza a la figura del “alumno cliente” que provoca situaciones paradójicas como que, alumnos principiantes impongan los contenidos académicos a un profesorado consolidado y de reconocido prestigio.
Estudios demasiado prolongados, una elevada tasa de abandono y la falta de flexibilidad estructural, son algunos de los efectos de estas transiciones. Los políticos exigen una rápida adaptación a los recortes económicos, sin tener en cuenta la realidad que acabamos de describir. Los cambios se decretan desde el ámbito político en lugar de ser pensado y procesado desde el interior de la Universidad. Se crea la certeza de que las leyes del mercado y la dinámica de la competencia son lo único que pueden reforzar las ya debilitadas organizaciones educativas. Por este motivo, la rentabilidad es lo único que cuenta para las universidades de reciente creación.
A principios de los 90 se pensaba que los cambios en el entorno económico afectarían sólo a las empresas. Pero la globalización y la necesidad de ajustar costes ha afectado a todo tipo de organizaciones incluida la Universidad. Académicos gestores y alumnos cliente. Esta es una de las consecuencias de la globalización en un mundo donde la complejidad es creciente. En los siglos XVIII y XIX, la Universidad promovía pensadores. Hoy su papel consiste en acallar las voces disidentes. Además, el creciente desempleo determina que en lugar de que nuestros jóvenes apliquen su conocimiento y desarrollen su potencial en España, suframos una hemorragia creciente de expatriación a otros países. Y esto último, decididamente, requiere una reflexión para responder a esta pregunta: Si los que saben se van, en 10 años ¿Serán los ni-ni los que tendrán que sacar adelante el país?