La investigación que lleva años desarrollando la Premio Nobel de Economía (2019) Esther Duflo se centra en las desigualdades. Tras la pandemia, pone el foco en los ritmos asimétricos de recuperación, señalando a los países más pobres que no han accedido ni a vacunación ni a dotaciones económicas. En este contexto, pone de manifiesto el error de análisis que equipara muchas horas de trabajo con mayor productividad.

Muchas horas no es sinónimo de mayor productividad

Destacan entre su producción, por su capacidad divulgadora, dos títulos: Repensar la pobreza y Buena economía para tiempos difíciles. Aunque en las charlas que ha dado este año haya corregido por “aún más difíciles”, teniendo que ajustarse a la realidad económica tras la crisis de la COVID-19.

Los datos de la OCDE argumentan, desde antes de la pandemia, que la productividad no solo no está directamente relacionada con más horas de jornada laboral, sino que extender los horarios es contraproducente, porque:

  • Los seres humanos tienden a distraerse. En un entorno de teletrabajo adecuado disminuyen las llamadas de atención. Por tanto, menos horas sin distracciones equivalen a mayor rendimiento.
  • La concentración aumenta durante jornadas cortas. Si entras a las 8 h de la mañana pensando que hasta las 18 h no terminarás, tiendes a procrastinar.
  • Las jornadas con menos horas están relacionadas con menos índices de estrés y, por tanto, con menos absentismo y mayor bienestar laboral, que es sinónimo de productividad.

Trabajar muchas horas no es sinónimo de mayor productividad

Sesgos y desigualdades en el análisis de la productividad

El modelo conservador por el que el ideal de productividad se alcanza con 90 horas de trabajo a la semana, además de ser falso según la premiada Esther Duflo, impone un sesgo de género para las cuidadoras principales, es decir, las mujeres. La pandemia ha vuelto a demostrar que en situaciones de crisis es el género femenino el que asume los cuidados de su entorno, renunciando a su experiencia profesional. Las cifras denuncian un claro sesgo que hay que paliar adecuando las jornadas laborales sin dañar la productividad.

Por otra parte, el principal temor del teletrabajo era que tuviera un impacto negativo en la productividad. Los estudios señalan que no solo esto no ha ocurrido, sino que debido al incumplimiento del derecho a la desconexión, las horas de la jornada laboral han aumentado.

Además del sesgo de género, el otro principal que pone sobre la mesa Esther Duflo es la desigualdad con los países en desarrollo, que no pueden competir con políticas de crecimiento y recuperación no garantistas.

Por último, Duflo explica cómo se ha deteriorado la dignidad humana en los últimos años, en parte debido a los rápidos cambios en el empleo y a la disminución de los ingresos.

Pero la crisis del COVID-19 puede verse como la oportunidad de volver a situar la dignidad en el centro de la protección social para un mejor futuro.