Rafael Mira, consejero delegado de Optize

«Mi abuelo fue el arquitecto personal de La Alhambra durante 35 años y yo he tenido la suerte de pasar ahí todas las vacaciones de mi infancia. Nuestro jardín era La Alhambra». En un lugar tan inspirador, Rafael Mira (Madrid, 1965) no podía tener otra ilusión que seguir los pasos de su abuelo. «Con 10 años ya había ganado un premio de pintura, sabía hacer un plano a mano alzada, me encantaba la arquitectura moderna, la pintura, el arte…». ¿Y por qué se tuerce una vocación tan clara? «Pues no lo sé. Cuando tenía 17 años vino a cenar a mi casa el decano de ICADE y cambié de idea». Aquel alumno del Liceo Francés aparcaba así por un tiempo su pasión -«todavía pienso que algún día podré cursar Arquitectura»- y se centraba en la Economía, «que es lo que rige el mundo».

Al acabar la carrera entra por la puerta grande en el mundo de la empresa: «Empecé a trabajar en márketing, en Coca-Cola». «Después conocí al número 2 de McDonald’s y me fui a trabajar a Chicago». Allí comienza uno de esos maratones que se soportan por la energía que da no haber cumplido 25 años: «Salía de estar totalmente protegido por mis padres a levantarme a las seis de la mañana: Tenía que conducir una hora sobre hielo, trabajaba ocho horas, volvía a coger el coche y, por la noche, a hacer un MBA en la Universidad de Chicago. Cuando acababa me iba a hacer deporte porque me gusta mucho correr. Y así, durante tres años, hasta que un día, de repente, te preguntas: «¿Qué hago yo aquí». Hablaba todos los días con mi familia, pero echaba de menos todo: el Real Madrid, la tortilla de patatas, la gente, la cultura… La cultura americana es muy distinta». Y como para reafirmar su regreso puntualiza: «Yo es que soy muy de raíces». 

Ya en España ficha por McKinsey. «Estuve allí diez años, cuatro como socio, llevando temas de «retail», marcas, fusiones y adquisiciones. En el año 2000, el que era consejero delegado nos ofreció a mí y a Gonzalo Rodríguez, otra persona de McKinsey, crear los negocios de Internet del Banco Santander». Justo después, estalla la burbuja tecnológica y la explosión les da de lleno. «Creamos seis empresas y las seis han sobrevivido. Por esa parte sí estoy orgulloso porque en aquel momento murió el 99,9%». Una de aquellas seis esforzadas supervivientes era Optize, la compañía que hoy dirige. 

«En julio de 2000 aún se vivía el auge del B2B [«business to business»: negocios entre negocios]. Tuvimos suerte porque fuimos lentos y también porque yo, que soy poco tecnológico, quería una parte importante del negocio «offline» [fuera de línea: sin necesidad de ordenador]». En esos momentos aprendió una lección difícil de olvidar: «Todo es de una fragilidad tremenda a nivel personal y de empresa. Me he pasado la vida diciendo: «Quiero montar una compañía que cumpla cien años» y en este último han muerto un montón de compañías centenarias». 

En el ojo de aquel huracán, «hubo que redimensionar todos los negocios». Tras este eufemismo se encuentra su momento más duro: los despidos. «También hubo gente que se quedó aunque tenía otras opciones, que apostó con importantes sacrificios en los salarios. Gente con madera. Sin ellos, Optize no hubiera llegado a donde está». En 2002 el Santander abandona sus negocios en Internet, «pero Gonzalo y yo decidimos echarle bemoles y seguir adelante». 

Tras la debacle llegó la calma. Su red comercial y una firme apuesta por el precio y el asesoramiento al cliente les devolvieron a primera división y, en 2005, dejan atrás las pérdidas y comienzan a comprar otras compañías: «Hoy somos el número 1 de los 12.000 distribuidores que hay en España de venta y servicios indirectos para empresas». ¿Y ahora? «A cumplir cien años». 

«Voy a clases de Filosofía de siete a diez»
Cuando no trabaja, a Rafael Mira le gusta hacer deporte: «Juego al fútbol, al tenis, corro, esquío…», aunque pospone estos quehaceres por sus niños. «Hay un mundo antes y uno después. Puedo pensar en correr, pero si al llegar a casa se te agarra a una pierna la pequeñaja, ya no hay nada que hacer». Además, utiliza el ocio para saciar otras inquietudes menos físicas: «Tengo un amigo que ha montado una escuela y estoy yendo a clases de Filosofía de siete a diez de la noche. Me gusta mucho leer, la Psicología, la Psiquiatría, la historia de las religiones… Es lo que marca el mundo y pasamos por encima sin pensar en lo que hacemos ni a dónde vamos».  

«No hay medida objetiva que mida la felicidad»
Rafael Mira y su socio han vivido en nueve años lo que otros empresarios en medio siglo: la trepidante ascensión de los negocios de Internet, las turbulencias iniciales y la caída libre en apenas unos meses. «Hay una época que es ‘El Dorado’, en la que todo el mundo piensa: «¡Qué suerte!», pero luego… Lo importante es tener claro qué quieres hacer en la vida». Él lo tuvo. Su carrera ya no podía dar marcha atrás: «Si me ofrecieses hoy ser el número uno de una multinacional te diría que no, y he trabajado en cuatro de las más grandes. Me llena muchísimo más esta aventura, acabe como acabe». 

¿Y de qué gente se ha rodeado en esta etapa? «Al principio nos trajimos al mejor equipo de gestión que había en España». Muchos de ellos abandonaron el proyecto en sus horas más bajas. «Ahora hay gente de otras características: mucho más gestores, pero también creadores; con un gran nivel de entusiasmo y de sacrificio, visionarios que han sabido bajar a la arena». «Cuando tienes una empresa con 50 años de historia tienes otra forma de influenciar a la gente, pero cuando estás en una empresa que viene de pérdidas, la gente casi te está haciendo un favor al seguir apostando por ti. La forma de motivarles es hacer que compartan el proyecto y definir la visión de la empresa con ellos». 

Y si de experiencia laboral se trata, no podemos pasar por alto un paréntesis que hizo hace años y que le ha convertido en experto en distinguir lo importante de lo que no lo es. «En un momento determinado, cuando estaba en McKinsey, quise cortar con una vida que era una locura: cuatro años sin vacaciones, trabajando como… Entonces me fui unos meses a la selva, al sitio más pobre de Perú, y allí descubrí muchas cosas. Ayer escuché en un telediario que los niños españoles son los segundos más felices. No me lo creo. No hay una medida objetiva que pueda medir la felicidad. No creo que los niños de la selva, por muchas carestías que tengan, sean más infelices. De hecho son niños que no lloran».