Manuel Robledo, presidente de Comess Group
«Yo soy un ejemplo típico de la clase media de mi época. Entonces había que estudiar en un colegio, normalmente de curas, hacer una carrera —yo hice Económicas— y después un máster, que yo cursé en el Instituto de Empresa. Nunca me hubiera ni planteado ser peluquero o bailarín». El punto de partida de Manuel Robledo (Madrid, 1956) puede ser habitual, pero su carrera no lo es. Al acabar los estudios la suerte le conduce a un sector, el «retail», que comienza a andar. «Mi primer contrato me lo ofreció una cadena brasileña, Jumbo. Tuve mucha suerte porque empecé en un sector nuevo». «Gracias a estar allí, conocí a la persona más importante de mi vida, quien con el tiempo se convirtió en mi socio: Luis. Luis Irisarri». «Él era director comercial de una fábrica de aceites y yo, el jefe de compras de una cadena de hipermercados». Entre ellos, una gran sintonía que se tradujo en el germen de un gran negocio: I&R Partners. «Compartíamos una inquietud, algo raro, no sabíamos qué ,porque estábamos bastante verdes». Aquella empresa estuvo latente «tres o cuatro años». Su sector comenzó a moverse y los dos amigos empezaron a participar de este movimiento. «Ayudábamos a intermediar en la compraventa de cadenas de supermercados. También nos salieron algunos proyectos para trabajar con compañías petrolíferas en el desarrollo de sus estaciones de servicio».
El verdadero punto de inflexión en su carrera llegará en 1997, «el día en que me llama Luis y me dice que hay una cadena de cafeterías, California, que está en venta y que por qué no la compramos». De nada sirvió su negativa. «Estaba en pérdidas recurrentes y asumimos unos riesgos muy fuertes de personal. Además, sabíamos de hostelería cero coma cero». «Contra todo pronóstico, en seis meses le dimos la vuelta y la pusimos en beneficio». ¿El secreto de este milagro? «El sentido común».
«Aquello nos animó a hacer una cosa muy rara que salió muy bien: comprar todos los restaurantes de Continente. ¡Palabras mayores!». Buscando financiación para enfrentarse con gigantes como Benetton, se toparon con el Grupo Zena, que en aquel momento estaba reestructurando su accionariado. «Decidimos integrarnos en este proyecto. Nosotros aportamos lo que teníamos [California y los restaurantes de Continente] y Zena, sus Foster’s Hollywood, Pizza Hut, muchos Burger King… Juntos construimos lo que ha sido y es hoy: uno de los grandes grupos de hostelería». «Al poco tiempo surgió la oportunidad de comprar el Grupo Restmon. Zena lo estuvo estudiando y lo desestimó. Luis y yo decidimos comprarlo: nos salimos de la gestión de Zena aunque continuamos en su accionariado». Seis meses después, el milagro se repite: «Le dimos la vuelta y muy bien».
«Desafortunadamente, al poco tiempo de tener todo organizado, Luis tuvo un accidente y murió». Manuel Robledo queda solo y decide sobreponerse. «Hice por mi socio y por mi amigo lo que creí mejor: seguir adelante». «Al poco tiempo hicimos una oferta para comprar Lizarrán», pero tendría que esperar un año más para lograrlo. Paciencia y resistencia, nunca le han faltado: «Soy capaz de aguantar hasta el límite y seguir y seguir y seguir…». La compra de una de las mayores cadenas de restauración cambió para siempre la compañía. «Doblamos nuestro tamaño y empezamos a jugar la liga en la parte de arriba». Desde que Luis no está, el modelo ha cambiado: «Ahora vamos más a tiro hecho, sin arriesgar tanto. Es distinto. Me lo paso muy bien, pero menos bien».
Hoy sus miras están puestas en un mercado cada vez más globalizado: Andorra, Alemania, Italia, México, Estados Unidos, Francia, Portugal o China cuentan ya con Tabernas Lizarrán, mientras que su Cantina Mariachi se abre paso hasta Dubai. ¿Y continúan creciendo a pesar de la crisis? «Piensa que hay que comer todos los días».
«Un equipo muy bueno te permite seguir, te da tranquilidad y calidad de vida»
La historia de este emprendedor y su socio es la de un sueño con mucho tesón y algo de cabezonería, la de varios proyectos imposibles que se volvieron posibles, la de una empresa atípica, la de un adiós sin punto y final. Dos amigos que se encuentran y apuestan contra todo pronóstico por un sector que les es ajeno: «No sabíamos ni comer». La fortuna, desde el principio, estuvo a su lado. «Tener suerte consiste, simplemente, en no tenerla mala». «El nuestro era un sector sin profesionalizar y esto dio un impulso muy rápido e importante a mi carrera».
Tras la muerte de su socio y amigo, el funcionamiento de la compañía sufrió un gran cambio. «Decidí dedicar mucho tiempo a la organización, a buscar gente. Un equipo muy bueno te permite seguir, te da tranquilidad y calidad de vida«. Con más de 2.600 trabajadores dentro de su grupo, Manuel Robledo apuesta por la sencillez como arma de gestión: «Ésta es una empresa normal de personas normales». El error también tiene un gran valor para él: «Es de lo que realmente aprendes. Los éxitos no enseñan nada, te pueden llegar a confundir. Si tienes una buena racha, puedes llegar a pensar que es por tu culpa».
Una existencia de paso con los pies en el suelo
«La educación me ha ayudado a mantener los pies en la tierra: ahora me gasto algo más en una botella de vino cuando voy a cenar, pero poco más. Aquí estamos de paso. Yo he aprendido muchísimo de Luis. En su funeral había gente de todo tipo. Yo me ponía de los nervios cuando estábamos en una reunión importante y la interrumpía porque el hijo de no sé quién le llamaba para que le contratara en un Burger King de Londres. Él sabía lo que era importante. Tuvo que pasar esto para que yo lo entendiera».
Me parece que estas actitudes y valores son las que de verdad hacen grande a una persona. Esos valores de humanidad, comprensión, de creer en uno mismo y en las capacidades de uno y del resto del equipo hacen de una persona un líder (de verdad). De los que llevan a todos al éxito y que anteponen al equipo a la persona.¡Enhorabuena por los logros! ¡Seguro que Luis desde el cielo está orgulloso de su amigo!
Asombrada por tu trayectoria y por la humanidad que demuestras. Me siento orgullosa de haber coincidido contigo en el tiempo, en una época en la que ambos trabajabamos en Jumbo y solíamos aparcar a la misma hora por las mañanas en el parking. Tu en un 600 y yo en un TALBOT Horizón. No sé si recordarás esos días, pero yo a Jumbo le debo muchísimo, en una etapa muy dura de mi vida me dieron lo que necesitaba y por lo que he leído a ti también te dio un grandisimo amigo. Lamento mucho su perdida.
Un amistoso saludo,
Cristina