Por antifragilidad se entiende un rasgo de carácter del profesional o de la empresa que ve oportunidades de beneficio en la incertidumbre. La adaptabilidad al cambio, la flexibilidad y la agilidad son elementos claves de la antifragilidad. El concepto fue acuñado por Taleb, autor también de “El cisne negro” que señaló la inestabilidad de los mercados, también el laboral. Las estrategias que ayudan a la empresa son diversificar y aprender de los errores.
Definiendo la antifragilidad
La antifragilidad implica tener una alta adaptación a los entornos cambiantes. El estrés que provoca en muchos perfiles la incertidumbre actual ante la evolución de la pandemia es interpretado por los profesionales antifrágiles como una oportunidad para beneficiarse de la volatilidad y el desorden. La competencia del mercado revierte en la mejora de la calidad de su trabajo. Son perfiles que se apoyan en su trayectoria, experiencia y personalidad.
El concepto de antifragilidad lo acuñó el filósofo libanés afincado en EEUU Nicholas Nassib Taleb en su libro “Antifragilidad: las cosas que se benefician del desorden”. Su hipótesis fuerte es que el mundo es cada vez más complejo y la fortaleza de quien sobreviva será quien pueda elaborar una guía en lo impredecible. El objetivo es mantenerse inmune a los errores y las predicciones.
¿Cómo ayuda a la cultura de empresa?
Para las crisis que vienen es clave aprender de la experiencia de esta pandemia. La transformación de la cultura de la empresa ya estaba en camino previamente, pero ahora los perfiles antifrágiles serán la pieza fundamental que permitan sobrevivir y crecer a las organizaciones.
Uno de los motores es la creación de equipos interdisciplinares que se fijen en los roles y competencias de los profesionales, antes que en los puestos o categorías. Esta flexibilidad para las tareas y las actividades permite que la empresa adquiera ese valor antifrágil. Esta cualidad va más allá de la mera capacidad para no “romperse” en situaciones adversas. Se trata de sacar ventaja en un entorno cambiante o incluso agresivo.
Los tres rasgos de la antifragilidad que más ayudan a la cultura de la empresa son:
- Aceptar los errores como parte del aprendizaje y salir de la lógica del éxito contra el fracaso. El movimiento de crecimiento en empresas antifrágiles no es lineal, sino en espiral. Para optimizar el impacto de los errores, documenta todo el proceso, con sus antecedentes, efectos o causas.
- Diversificar en las inversiones, en los proyectos y en las líneas estratégicas. Si una de las apuestas cae, que no implique la inviabilidad de la empresa. Poder resistir implica haber delegado y repartido tareas entre distintos proveedores o colaboradores.
- Abrir nuevas líneas de negocio de manera permanente. Para ello, lanzarlas en beta, es decir, en una primera fase de experimentación. Una actitud antifrágil y smart es evitar riesgos. El ejemplo más visual es el del cazador que sobrevive no por matar al elefante más grande, sino por librarse de serpientes o bayas venenosas.