En la imagen, Pablo Pineda, protagonista de la película ‘Yo, también’.

«Todos necesitamos recursos para poder vivir, pero el trabajo también proporciona otros sentimientos más íntimos, como el de utilidad, y eso para el discapacitado es tan importante que puede suponer hasta reducciones considerables de la medicación. En el momento en que, junto a la nómina de su padre o su hermano, llega a su casa la suya, se produce una relación de igualdad que, sobre todo para los discapacitados intelectuales, es vital», dice Alexandre Martínez, presidente de AFEM, la asociación para el empleo de la confederación FEAPS, que colabora con discapacitados intelectuales.

En AFEM calculan que en España viven alrededor de 230.000 personas con discapacidad intelectual. De todas ellas, 50.000 están en condiciones de trabajar, aunque sólo 15.000 lo hace, las 35.000 restantes no tienen empleo. Pablo Pineda, maestro de formación y actor por casualidad, está a caballo entre uno y otro grupo, porque, sin un empleo fijo, sus ingresos proceden de los ‘bolos’ que le salen como conferenciante. «Creo que poco a poco vamos avanzando. Los de síndrome de Down seremos los últimos en reverdecer, porque los ciegos y los que tienen deficiencias físicas ya lo han conseguido. Nosotros seremos los últimos. ¡Pido turno!», exclama mientras acompaña su rico vocabulario con gestos no menos elocuentes.

Otras variables

A Pineda no le falta razón, porque en el empinado acceso al mercado laboral con que se encuentran los discapacitados, hay variables que complican una ya de por sí penosa situación. Lo más irritante es que, en ocasiones, esas variables no tengan que ver con el grado de minusvalía, sino con factores tales como el sexo y el entorno. Por ejemplo, la situación de las discapacitadas en el medio rural pasa de mala a patética. De ahí que el programa ‘Por Talento’, una iniciativa auspiciada por el Fondo Social Europeo que este año ha puesto en marcha la Fundación Once, aplique la discriminación positiva. «Sí, porque hemos mejorado algo, pero la participación de la mujer discapacitada en el entorno laboral todavía es alarmante», sostiene Pepa Torres, directora de Formación y Empleo de la Fundación Once.

Torres también reconoce que «por tradición y la sobreprotección» de la familia, la demanda de empleo entre las mujeres es inferior. Si a esto unimos que su nivel de formación —uno de los problemas asociados a este colectivo— está por debajo del masculino, todo parece confabularse en su contra. Y ahí están las cifras: por cada tres contratos a hombres con discapacidad que registró el Servicio Público de Empleo entre enero y octubre del año pasado, sólo se registraron dos a mujeres.

En este período de tiempo, los discapacitados, hombres y mujeres, firmaron 5.091 contratos menos que en el mismo período del año anterior. En porcentaje, esa cifra representa un -11,38%. El informe ‘El impacto de la crisis en las personas con discapacidad y sus familias’ hace hincapié, además, en que las mayores reducciones se han dado en aquellos contratos que implican más estabilidad.

‘Por Talento’ parece una excepción en este sombrío panorama. Según Torres, su evolución ha sido buena. En 2009 se crearon 3.546 puestos y se estima que, hasta 2015, esta cifra llegará a 17.500. El programa tiene la particularidad de que a cada participante se le diseña «un itinerario personalizado de inserción laboral». «Hay personas que sólo necesitan un empleo puro y duro, mientras que otras necesitan cualificarse antes, ya sea en conocimientos técnicos o en habilidades sociales».