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Salvo los chinos, todos los emprendedores que han decidido hacer de España su lugar de trabajo recordarán 2009 como un mal año. Autónomos de todas las nacionalidades, ya sea rumanos, marroquíes, ecuatorianos, ingleses o españoles, han registrado más bajas que altas desde que empezó la crisis. Sólo los chinos siguen creciendo a buen ritmo, como si estuvieran al margen del contexto económico. Con un 14,6% de nuevos empresarios en 2009 —ya sumaban 28.576 afiliados al Régimen Especial de Trabajadores Autónomos (RETA) el pasado mes de marzo—, se han convertido en el grupo de emprendedores extranjeros más numeroso.

Herederos del espíritu que animó a los pioneros del sur de la provincia de Zhejiang durante los años veinte y treinta del siglo pasado a recorrer las ciudades españolas como vendedores ambulantes, los chinos que llegan hoy, mayoritariamente de esas tierras, no buscan sólo un trabajo, quieren montar su empresa. «Para ellos, el empresariado es un modo de vida al cual aspira la mayoría. Y lo que hacen es ayudar a otros a continuar con su modelo de éxito», explica Joaquín Beltrán, antropólogo especializado en migraciones chinas y autor, entre otros títulos, de ‘El empresariado asiático en España’.

«Al fin y al cabo, en China se encuentra trabajo, así que la gente viene a invertir», confirma Felipe Chen, portavoz de la Asociación de Comerciantes Chinos de España y propietario, a sus 26 años, de una empresa de exportación e importación de ropa, un tipo de negocio que ocupa la cúspide de una jerarquía en la que van encajando las distintas actividades emprendidas por la comunidad china y cuya gradación depende del volumen de capital invertido.

En el estudio ‘Empresariado étnico en España’, Joaquín Beltrán sitúa en la posición más baja de la escala los talleres de confección. Un peldaño más arriba están los locales comerciales al por menor y, a continuación, los restaurantes, «tradicionalmente denominados la ‘aristocracia’ por el prestigio que conllevaba su propiedad». Hoy, por encima de ellos se encuentran los almacenes de venta al por mayor, que sólo son superados por las grandes compañías de importación/exportación y por las empresas inmobiliarias.

Nichos de mercado

De esta miríada de negocios hay vivas muestras en todas las ciudades españolas. «Llegan a cualquier municipio con un área de influencia no inferior a 8.000 habitantes», asegura Beltrán, que también advierte de su habilidad para abrir nuevos nichos de mercado. «A medida que crece su número y los sectores donde recalan se saturan, entran en otros nuevos. Últimamente, abren peluquerías y se quedan con el traspaso de bares tradicionales en los que no cambian nada, sólo el personal».

Pese a su intensa actividad, los chinos no frecuentan los bancos ni tampoco las asociaciones que ayudan a los inmigrantes. ¿Cómo consiguen esa financiación que escasea para el resto? «La mayor parte de su capital procede del ahorro familiar —afirma Beltrán—. Varios miembros de una misma familia trabajan como asalariados durante unos años, consumen lo mínimo y ahorran todo lo que pueden. Si esto no es suficiente, piden préstamos a otros miembros de su familia o a amigos o bien crean asociaciones informales de crédito. De este modo, pueden conseguir mucho dinero en poco tiempo con unas condiciones más ventajosas que en el banco. Pero, si aún así no consiguen todo lo que quieren, van al banco». «Las redes solidarias funcionan muy bien», apostilla Felipe Chen, que ya forma parte de esa segunda generación de inmigrantes que se maneja bien en español y está dispuesta a romper tópicos. Es locuaz y echa la culpa a la lengua de la falta de integración entre españoles y chinos, y tampoco asume su trabajo como un estilo de vida. «Conozco a muchos abogados y arquitectos españoles que trabajan más que yo».

Joaquín Beltrán calcula que la comunidad china en España se eleva a 150.000 personas, el 20% de las cuales tiene menos de 15 años.