La mayoría aplaudimos el nacimiento de diarios escritos por lectores, como Ohmynews.com o el español Soitu.es, de enciclopedias colaborativas como Wikipedia, software libre como Linux y cualquier otro proyecto creado por sus potenciales consumidores gracias a Internet 2.0.

Celebramos estos proyectos porque son parte de la revolución democrática que las nuevas tecnologías están provocando en el casi oligopolístico mercado de los medios de comunicación. Agradecemos a Internet la orgía de pluralidad producida por una oferta de contenidos y medios que no para de crecer. Nos congratulamos de que, gracias a la caída de los costes de producción, simples mortales no multimillonarios, como la cubana Yoani Sánchez o el estadounidense Matt Drudge, puedan crear medios capaces de poner en jaque a gobiernos o todopoderosas corporaciones.

Sin embargo, creo que está pasando desapercibida la pérdida de libertad que también trae debajo del brazo, no la pluralidad de este refulgente paraíso mediático, sino el uso que hacemos de ella. Resulta preocupante el creciente fenómeno de la exposición selectiva. La oferta de mensajes es tan ingente e invasiva que terminamos por refugiarnos en unos pocos medios que acaban por aislarnos de la pluralidad y de la propia realidad social compartida. Así, en Estados Unidos es posible vivir toda una vida sin toparse con una sola noticia que dé por cierto el Holocausto judío.

Otro fenómeno inquietante es la atención selectiva. En medio de la riada de mensajes prestamos atención sólo a aquellos que refuerzan las tesis que ya teníamos antes de consultar los medios. Recordemos el atentado del 11-M y el frustrante debate mediático sobre su autoría. Un tercer fenómeno, el auge de credibilidad por identificación. Como no nos fiamos de nadie entre tanto emisor, terminamos confiando en el que más se parece a nosotros. Ver el chocante éxito mediático de la republicana Sarah Palin.

Ignoro cómo reaccionaremos los profesionales de la comunicación ante este fenómeno del «consumer generated», que viene a sumarse a la caída de la publicidad debida a la crisis. Supongo que con la mezcla de soterrada inquietud y cacareado escepticismo con el que recibimos cualquier proyecto que hace temblar nuestras sillas… y pescuezos.

Adivinen cantinelas: la escasa calidad de estos medios y contenidos genera decepción en los ciudadanos, necesitamos invertir demasiado tiempo filtrando propuestas y terminaremos por volver a los medios tradicionales. Otra: la colaboración es una moda, los ciudadanos no tenemos tiempo para crear contenidos. Una tercera: superada la fiebre, todos estos proyectos colaborativos no harán si no subrayar la necesidad de auténticos profesionales en el mundo de la comunicación. La mejor: que la utilidad de los contenidos y medios colaborativos consiste en simples bancos de prueba en los que detectar los intereses y demandas de los ciudadanos.

Como profesional y también como ciudadano, lo que de verdad me preocupa, es si este estallido colaborativo terminará por liberarnos del oligopolio mediático o si, por el contrario nos arrojará a la oscuridad de las cavernas pre-oligopolio, por muy digitales que sean. ¿Nos libera el fenómeno colaborativo o nos hace más esclavos?

Por Antonio Núñez

Autor de ¡Será mejor que lo cuentes!

Para más información www.thinkingheads.com