Ignacio Castillo, director general de Workcenter

Con 13 años, Ignacio Castillo (Madrid, 1966) programó su primer juego para ordenador, «en el que con un coche tenía que pasar una carretera que hacía eses, utilizando la función de seno y coseno». Antes había programado otras utilidades y antes aún, había desmontado y vuelto a montar casi todos sus juguetes: «Supongo que eso era una tendencia a ser ingeniero». «Fui un estudiante regular, con mis más y mis menos», aunque programando, programando, hizo realidad muchos sueños: «Compré mi primera moto, pagué algunos estudios e incluso un máster».

«Desde los 17 años estoy danzando de una empresa a otra: me han tirado de las orejas, me han echado trabajos para atrás…». «Trabajaba por las tardes en el departamento de administración de una empresa». De aquellos tiempos guarda un gran recuerdo. «Aquí no valía la tarjeta de cuando te ponías enfermo en el colegio para no hacer deporte. Hacía falta cierta madurez para asumir aquellas responsabilidades». «El mundo de la empresa enseguida me fascinó». «Yo no sabía si iba a ser empresario o si iba a trabajar en una empresa, así que elegí Empresariales, una formación muy completa en este país». Mientras estudiaba empezó a trabajar para McKinsey, primero «como mano de obra barata siguiendo camiones por las noches», y después, como ‘freelance’ ya más sofisticado, diseñándoles bases de datos y hojas de cálculo a medida. «También trabajé en una empresa de aires acondicionados donde hicimos cosas muy gordas como Torre Picasso. En el último año de carrera lo dejé para hacer el servicio militar. Tenía unas ganas enormes —y ahora pienso que innecesarias— de acabar mi ciclo formativo. Si alguno de mis cuatro hijos me pidiera hoy consejo le diría que no tuviera tanta prisa. Es mejor dedicar todo el tiempo necesario a la formación porque para trabajar tienen toda la vida».

Tras un amplio bagaje laboral, Ignacio Castillo entra como director financiero en una agencia de publicidad donde permanecerá siete intensos años. «Galerías Preciados, nuestro mejor cliente, suspendió pagos y debíamos muchísimo dinero. Fue tremendo, pero no hay mejor forma de negociar que cuando no tienes nada que perder». En medio de esta vorágine, cursa un programa Master Executive en el Instituto de Empresa. «Yo tenía una inquietud dentro. Lo que tiene que hacer un máster es escarbar y encontrarla». Su siguiente paso le lleva a la dirección general de Cinebox. «Empezamos con 30 salas y había que cerrar 15, pero al final, acabamos con 300 pantallas en España, Venezuela y Brasil». Él resta importancia al dato: «La corriente me ayudaba, me empujaba». «Al final, es la gente la que te ayuda a hacer crecer una compañía. Estos tiempos están demostrando que las personas son lo que importa».

A finales de 2005, Castillo comienza a dar vueltas al proyecto Workcenter. «Nunca había llegado a un grupo de accionistas a decirles: «Me encanta tu compañía, ¿cómo lo hacemos?». Estuve un año y medio buscando un dinero que no tenía». Hace ahora un año, un grupo de inversores asesorado por N+1 Capital Empresarial compra la compañía a su fundador, Alfonso Senillosa —»quien ha creado un modelo de negocio muy potente»—, para desarrollarlo en todo su potencial. Workcenter cuenta hoy «con 85.000 clientes», aunque en tiempos tan funestos como éstos, su director general se atrever a prever 100.000 antes de acabar el año.

«Por qué escalas montañas. Porque están ahí»
«Hemos entrado en un momento muy duro, pero lleno de oportunidades. Me gustaría que mi equipo tuviera la audacia de detectarlas y de sacarlas adelante. Están ahí, latentes, pero hay que rascar». ¿Y qué más le pide a ese equipo? «Tenemos personas de «veintipico» nacionalidades. Es fabuloso. La cohesión es extraordinaria». «Es importante tener en cuenta el ‘background’, el bagaje con el que viene la gente y compatibilizarlo con el proyecto. Yo quiero que piensen como el día que les entrevistamos para trabajar aquí. No quiero que cambien de forma de pensar ni de actuar». No le va mal este sistema. En una década, Workcenter se ha convertido en la empresa líder de reprografía digital y servicios de oficina de Europa: «La dirección, con un grado de error razonable, ha sido la correcta», explica templado este empresario que reconoce con sencillez que no sabría hacer otra cosa. «Un emprendedor es alguien vocacional. A la primera persona que escaló el Everest le preguntaron: «Y tú, ¿por qué escalas montañas? y respondió: «Porque están ahí». 

«Agarrarse al pasado es una forma de morir»
«La vida me ha enseñado que no hay que dar nada por hecho. Mi abuelo siempre me decía: «Si vieras cuántas veces te va a dar la vuelta la tortilla…». También me ha enseñado que hay que mirar hacia adelante». «Para mí, cualquier tiempo pasado fue peor y fíjate que hemos pasado por experiencias fenomenales, pero un emprendedor no puede pensar de otra forma. Lo mejor está delante con toda seguridad. Además, agarrarse al pasado es una forma de morir». ¿Y qué le pide a ese futuro alentador? «Me gustaría que mi familia creciera sana y unida». Y seguir disfrutando de su ocio: «No podría vivir sin deporte: juego mucho al tenis y, aunque no subo montañas, me echo mucho al monte».