Alex Rovira

Por Álex Rovira. Economista y escritor. Autor de ‘La buena crisis’ (Ed. Aguilar)

La palabra crisis procede del vocablo griego κρισις, (krisis) y éste, del verbo κρινειν (krinein), que significa ‘separar’ o ‘decidir’. Crisis, en su etimología original, indica una ruptura, un cambio inesperado, una situación que no estaba prevista en el guión y que conviene analizar. De ahí el término crítica, que se traduce por análisis o estudio de algo para emitir un juicio y, también a partir de aquí, criterio, que nos lleva a razonar de manera específica. En fin, una crisis, sea de la naturaleza que sea, nos brinda la oportunidad de poner atención a situaciones que no cuestionaríamos si la inercia persistiera. La crisis obliga a pensar y, por tanto, provoca estudio y cavilación. Y, por supuesto, es una oportunidad para el cambio y la transformación de la conciencia individual y colectiva.

Los tres vocablos comparten raíz etimológica: para reencontrarnos y sumar nuevos valores personales gracias a una crisis precisamos ser críticos.

Indagar, enfrentar, insistir, repetir, canalizar lo negativo, experimentar el dolor, cuestionar nuestro papel en el mundo y nuestros límites y asumir nuestra responsabilidad. Criticar y criticarnos de forma constructiva.

Entonces, y mediante el proceso de crítica impulsado por la crisis, lograremos formarnos un criterio válido y de aceptación, un punto de vista flexible, maleable y útil para gestionar el problema desde la realidad, sin negarla ni falsificarla. No asumir este proceso supone taparnos los ojos, postergar la solución del problema, para no ver al monstruo, que quizás no es tan terrorífico como imaginamos si tenemos el coraje de enfrentarlo. La sorpresa es que la mayoría de personas prefiere esconderse, mostrarse sordomuda voluntaria ante la realidad, resignarse al dolor y pretender que nunca volverá. Pero el dolor no migra: sigue dentro, agarrado a nuestras entrañas como una fiera devoradora. La crítica y el criterio pertenecen a un proyecto intricado y laborioso al que se apuntan pocos. Con todo, qué gran placer conseguir desintegrar los dolores, cual piedras areniscas, sin pensar en los que pueden venir, sin anticipar triunfos o derrotas que nos puedan desanimar a vivir el ahora. Qué gran éxito mirar lo que nos disgusta cara a cara y aplicar una opinión consciente en lugar de silbar como si nada sucediera mientras la impotencia, la pena o el pánico nos carcomen, aun sin reconocerlo.

Ya observó el primer ministro británico Winston Churchill: “La crítica no es agradable, pero es necesaria y cumple la misma función que el dolor en el cuerpo humano”. Instalarnos en la queja recurrente y en la angustia no nos deja espacio ni para la reflexión, ni para la comunicación efectiva, ni para la acción. No obstante, la sola presencia de la dificultad no constituye ninguna garantía de mejora si no nos empleamos a fondo en una buena gestión personal de lo que nos inquieta. Conviene actuar en consecuencia. Vale más una pequeña acción bien pensada que grandes intenciones que se convierten en brindis al sol. La crisis será una oportunidad de cambio y transformación si aprendemos de los errores del pasado y nos reinventamos. Seamos críticos valientes y trabajadores incansables. La solución está en nuestras manos.