Por Antonio Ángel Pérez Ballester , socio-director de Influye Desarrollo&Coaching. Profesor de ENAE Business School

El título, el mito de la motivación, lo tomo prestado del autor alemán Reinhard K. Sprenger, para mi gusto, el que con más libertad y provocación ha tratado este asunto. Porque, sin duda, todos queremos que nos motiven, tenemos que motivar a nuestros hijos y alumnos, colaboradores y clientes, o el empresario quiere contratar a personas que ya vengan motivados de casa…

Motivar se considera como sinónimo de dirección y una de sus funciones más relevantes. Falso. Sería admisible si constituyera un norte ético, pero todos los que desempeñamos funciones de responsabilidad, también desmotivamos continuamente a los que nos rodean. No estamos para actuar como strippers de animación en una despedida de soltero; la clave reside en no desmotivar. Esta es la primera regla que todo directivo debería tener en cuenta.

A veces contemplamos con cierta amargura la llamada de un empresario que nos demanda un seminario para motivar a sus empleados; lo primero que te apetece preguntar es ‘¿Qué les has hecho?’. Este directivo no averigua las causas de esa desmotivación, ni le interesan, acude a la motivación para que sus colaboradores trabajen más horas, sonrían al cliente y consigan los resultados que él se ha trazado. Para él, motivar sólo significa alguna de estas cinco acciones: recompensar, elogiar (en su sentido falso), sobornar, amenazar o castigar. Y claro, de esta forma «motivar» se convierte en «desmotivar».

El DRAE lo recoge muy bien en una de sus acepciones: «disponer del ánimo de alguien para que proceda de un determinado modo», fuerte, ¿verdad? Pero es que esta acepción no se refiere a motivar, sino a la acción motivadora, que es muy distinto. ¿Por qué llamarlo amor cuando quieren decir sexo? Se trata de una actuación ejercida desde fuera por un superior o por el propio sistema incentivador para conseguir algo del individuo, y se basa en la desconfianza. Acción motivadora, no motivación. La primera es externa y la segunda, la auténtica, es interna. Sólo necesitamos espacio, autonomía y unas condiciones mínimas, para que encontremos cierto sentido a nuestro trabajo.

Otra cosa es encontrarnos con compañeros o jefes motivadores, porque transmiten ilusión, nos piden opinión, estimulan nuestra creatividad, reconocen nuestros méritos y nos dan las gracias; pero no actúan  para conseguir algo de nosotros, se trata de algo auténtico y natural. Cuando una empresa basa toda su actuación motivadora en continuas promociones, concursos, regalos, incentivos, recompensas y castigos, se está cargando la motivación del individuo.

La fórmula es sencilla. Paga bien, trata a tu gente con respeto, otórgales tu confianza, deja espacio para su realización, y muy importante: no los desmotives por favor.