Un sueldo alto, un despacho con vistas, un traje caro, un gran coche alemán… Ese es, históricamente, el estereotipo del éxito profesional. Pero, ¿es realmente eso lo que nos hace felices? ¿Es un conjunto de bienes materiales asociados con el trabajo lo que constituye el auténtico éxito en nuestros tiempos? Un estudio realizado conjuntamente por la escuela de negocios francesa ESSEC y el Instituto CSA pone de manifiesto que algunos valores como las relaciones personales –con familia, amigos o compañeros de trabajo– son, cada vez más, la piedra angular del concepto universal de éxito. Al menos, lo es así para los ciudadanos de Alemania, Brasil, China, Estados Unidos, Francia, India, Marruecos, Reino Unido, Rusia y Singapur, sujetos del estudio.

Jorge Úbeda, profesor y fundador de la Escuela de Filosofía de Madrid, comparte la opinión de que no solo de coches deportivos y corbatas de firma vive el éxito. «Desde un punto de vista filosófico, debemos preguntarnos si estamos donde realmente debemos estar, si hemos tomado las decisiones adecuadas», comenta. Aunque reconoce que la Filosofía no ha tematizado el concepto de éxito, sí lo ha hecho con la felicidad, que no deja de ser un elemento paralelo y casi indisociable. «La felicidad en el trabajo viene dada por las capacidades que tiene uno, por las posibilidades que se le ofrecen y por el universo de valores que se manejan. Y, desde luego, hay que ser muy sincero con uno mismo respecto a lo que se quiere y se puede obtener del trabajo», remata Úbeda.

Volviendo al informe de ESSEC, resulta llamativo el hecho de que la gran mayoría de los individuos encuestados afirma haber triunfado «bastante» o, al menos, «algo» en la vida. Esta tasa se sitúa en el 90% en India, en el 95% en Francia o un 76% en Reino Unido. Incluso en los países en vías de desarrollo, como Marruecos, India o China, el porcentaje de personas que consideran haber triunfado en la vida se sitúa por encima del 55%.

Por suparte, el informe «Employer Branding 2010», elaborado por Randstad, destaca que el aspecto más valorado por los trabajadores y estudiantes españoles a la hora de decidirse por una empresa en concreto es la seguridad laboral a largo plazo, por encima del estado financiero de la compañía o de la calidad –y cantidad– de los sueldos. Es decir, a los españoles nos supone un atractivo mayor a priori y, por tanto, un éxito mayor a posteriori, tener un puesto de trabajo fijo y estable que ganar mucho dinero o que la empresa en la que trabajamos sea reconocida, poderosa y especialmente sólida.

Una de las personas que mejor ejemplifican el éxito profesional en el mundo es Bill Gates, fundador del gigante del software Microsoft. Lanzó al mercado un producto de difusión planetaria, es mundialmente conocido y ha ostentado durante años el primer puesto de todos los rankings de los hombres más ricos del mundo. Sin embargo, hace escasos tres años dejó su cargo al frente de la compañía, cediéndole sus poderes a Steve Ballmer, para pasar a ocupar su tiempo en la Fundación Bill and Melinda Gates. Cuando alcanzó el éxito pleno en el plano profesional, decidió ampliar sus horizontes y dedicarse más activamente a hacer mejor el mundo que le rodeaba.

Más vida personal

En una línea similar se expresa el profesor Jorge Úbeda: «En la Escuela de Filosofía tenemos como alumnos a muchos altos cargos de empresas que se dan cuenta de que han dedicado demasiado tiempo a su trabajo y muy poco a sus relaciones personales». Una vez alcanzado el éxito profesional, es cuando las personas se plantean si lo que quieren realmente es, como indica Úbeda, «buscar no solo un trabajo  mejor, sino un mundo que funcione mejor. Cuando lo material está conseguido, las personas piensan en construir una realidad social más inclusiva que excluyente, en mantener unas relaciones más cooperativas que competitivas y en obtener más beneficios sociales que personales».

En las sociedades democráticas, incluso en las de los países emergentes, el éxito radica en la conciliación de una trayectoria profesional rica con una vida personal satisfactoria, y, de acuerdo con lo visto anteriormente, prefieren la distribución de la riqueza una vez alcanzada la cima. Sin embargo, y siguiendo un patrón no exento de cierta lógica, en las sociedades con un pasado –o incluso un presente– comunista dictatorial, el éxito se asemeja más a una mansión y un coche de lujo, mientras que el destino preferencial de la riqueza es, al menos a corto plazo, la propia cuenta corriente.