A media mañana. Viene del teatro, de arreglar unos asuntos; en media hora tiene que estar en la radio para una entrevista; por la tarde tiene una reunión con un productor; por la noche, función… José María Pou (Mollet del Vallés, 1944) enfilado hacia las «bodas de oro» con su profesión, vive y hace vivir el arte de la interpretación, disfruta como actor y también como espectador.

Los primeros ingresos no llegaron por subirse a un escenario…
En realidad, donde yo quería trabajar era en la radio. Antes, mi padre fue mi mentor, ya que tenía claro que teníamos que ocuparnos en algo ocasional durante las vacaciones para saber lo que significaba trabajar. Y bien joven: con 12 o 13 años trabajé como chico de los recados en la imprenta de un amigo de mi padre. No recuerdo cuánto me pagaron, pero sí que lo utilicé para suscribirme por un año a dos revistas: una de teatro, otra de circo.

¿Y siguió más veranos con esa tradición laboral?
Al siguiente entré en el departamento administrativo de una clínica. Estuve dos meses y lo pasé fatal, ya que estábamos al lado de la entrada y solías ver accidentados, con lo cual sufrí varios mareos y vomitonas.

¿Cuándo llegó su encuentro con el arte dramático, que no ha abandonado?
Yo nací en Mollet del Vallés, pero caí en Madrid por la mili. Al terminar, entré en la RESAD– Real Escuela Superior de Arte Dramático– y, mientras estudiabas, actuabas en pequeñas actuaciones, teatro universitario, etc. Pero mi vocación era la radio –gané un premio en un concurso de locutores en Radio Barcelona, trabajé en programas musicales en emisoras pequeñas…–, buscaba lo de las clases para mejorar la dicción, la  vocalización… y me entró la afición. Un día, un profesor nos recomendó para que fuésemos a TVE, a un programa infantil en el que no querían extras, sino actores para hacer bulto. Nos volvimos locos por empezar algo relacionado con nuestra vocacion… tampoco recuerdo cuánto pagaban.

Empezó a lo grande, con «Marat/Sade»…
Tuve la gran suerte de estar entre los estudiantes que participaron, bajo la dirección de Adolfo Marsillach, en el histórico «Marat/Sade». Eran solo tres noches de representación, pero durante los dos meses de preparación y ensayos fui el hombre más feliz del mundo. Después, Marsillach contó conmigo para el musical «Los Fantásticos» –con Elsa Baeza, Eusebio Poncela…– y, después, llegó la oportunidad de trabajar con otro «grande», José Luis Alonso.

Si echa la vista atrás, ¿cuáles son los principales hitos en su trayectoria?
Buenooo (pausa). Si hay que dar algunas pautas, hablaría de «Casa de muñecas», en 1982; de «El galán fantasma», de «Arte», de «El Rey Lear» de Calixto Bieito, de «La cabra»… es que ya son muchos años.

¿Y cómo recuerda su reciente etapa televisiva, con «Policías»?
Con mucho agrado y no solo económico, ya que la televisión, como se sabe, está mucho mejor pagada que el teatro. Además, me tocó la época del auge de las series españolas.

En el caso de la radio, donde destacó por «La calle 42», pudo reencontrarse con su vocación. Y, curiosamente, terminó el programa cuando empezaba el boom de los musicales en España.
–Esa etapa duró de 1985 al 2000. Fue una experiencia magnífica, junto a Concha Barral, en la que preparamos a muchos espectadores de musicales: de hecho, algún actor de obras que he ido a verme ha comentado que se interesó en el género gracias al programa. Y sí, curiosamente, lo dejé cuando empezaban a representarse obras por aquí.

Su actualidad pasa por la obra «Llama un inspector» – en Madrid hasta el 9 de octubre y de gira hasta junio de 2012–, la dirección artística del Teatro de La Latina en Madrid y del Goya en Barcelona… Lo de la crisis tendrá que esperar para usted.
Me ha tocado la lotería: actúo, programo y dirijo obras como «Llama un inspector», que recomiendo en tiempos como los actuales, de angustia, de infarto, en los que el teatro, aunque parezca una frivolidad, puede ayudar a sobrellevar la vida. Hay que reencontrarse con textos como este, escritos hace 80 años pero de plena vigencia, donde se abordan cuestiones de justicia social.