Al finalizar las vacaciones de 2010 Randstad, empresa especializada en soluciones de recursos humanos, elaboraba un estudio sobre el llamado síndrome postvacacional. En él se vislumbraba que, al menos, la mitad de los entrevistados presentaban algunos de los síntomas asociados a este proceso: dolores de cabeza, alteraciones en el sueño, falta de apetito, agotamiento, ansiedad…
Según dicho análisis, el perfil tipo del trabajador afectado es el de una mujer de entre 30 y 44 años con estudios universitarios –a mayor nivel educativo, más dificultades hay para superar este síndrome–. Y es que, quien más quien menos, sufre algo de malestar al volver a poner el despertador, enfrentarse a sus jefes o pasarse horas delante de un ordenador.
Ahora bien, parece que en épocas de crisis se escuchan menos lamentos por la vuelta al trabajo, ya que muchos empleados valoran su puesto como un privilegio ante un mercado de trabajo tan debilitado. Para Antonio Cano Vindel, presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS), en cierto sentido, hablar de depresión tras las vacaciones puede suponer una frivolidad. «No creo que sea bueno decirle a nuestro jefe que estamos hasta la gorra por tener que volver al trabajo cuando él está pensando quién va a ser el siguiente a quien tendrá que despedir, sin más remedio, porque las cuentas no salen», reflexiona.
Jerónimo Saiz, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, también cree que este factor puede ser un aliciente para hacer más llevadero el proceso de adaptación. Opina que lo más conveniente sería recordar a los que han terminado sus vacaciones cuántos se cambiarían por ellos, ya que con la actual crisis son muchos los que no tienen ni vacaciones ni trabajo.
Es por ello que en años de crisis hay menos quejas por volver a la rutina y más de uno proclama aquello de «bendita depresión postvacacional». Y es que el hecho de tener un trabajo al que volver tras las vacaciones se convierte en la mejor terapia para esos síntomas.
Tanto es así que Cano Vindel recuerda que el desempleo es un estresor mucho más importante que reincorporarse al trabajo tras las vacaciones. Aunque algunos de los típicos síntomas pueden encontrarse en la mayoría de lugares de trabajo, no siempre estaremos ante lo que muchos conocen como depresión postvacacional. De hecho, este síndrome no está reconocido por ninguna autoridad sanitaria y varios expertos se muestran escépticos ante su relevancia. «Los medios de comunicación han creado una serie de términos como estrés o depresión postvacacional que no tienen entidad clínica, puesto que no existen pacientes, ni demanda de tratamiento, ni una definición clínica de tales problemas», afirma Cano Vindel.
Por su parte, Jerónimo Saiz opina que estamos ante una realidad relativa: «Se trata de un periodo de regreso a la actividad habitual que rompe otro de descanso y ‘olvido’ de la realidad cotidiana». Saiz no lo califica de trastorno ni de enfermedad, pero opina que puede causar desajustes y problemas a personas algo vulnerables.
Un problema mayor
Dichos trabajadores pueden verse aquejados por síntomas como insomnio, agotamiento emocional, dolores musculares, miedo al futuro, ansiedad, angustia… Son reacciones psicosomáticas que, según el psicólogo del trabajo y profesor titular de Economía en la Universidad de Alcalá Iñaki Piñuel, ocurren a aquellos empleados que están sometidos a un lugar de trabajo con características nocivas.
Piñuel es autor de «La Dimensión Interior. Del sín drome postvacacional a los riesgos psicosociales en el trabajo». En él defiende que este problema es una realidad a la que hay que ponerle nombre. «La depresión postvacacional es la forma externa que un cuerpo tiene de manifestarse ante unos riesgos, ya sea estrés, síndrome del trabajador quemado, mobbing, etc.». Lo que coloquialmente se conoce como «depresión postvacacional» puede esconder, según palabras de Piñuel, un problema mayor que ya se presentaba antes del descanso estival. «Hay que preguntarse qué es lo que no va bien. No es normal tener miedo a volver al trabajo. Y es que a veces no reflexionamos sobre las condiciones negativas a las que algunos trabajadores están sometidos», comenta Piñuel.
En resumen, que no hay que confundir un periodo de adaptación algo apático con un problema psicológico grave. Eso sí, si los niveles de ansiedad continúan altos pasados unos 15 días de la vuelta al trabajo, el presidente de SEAS opina que esa persona debe entender que no está experimentando un síndrome postvacacional, sino que tiene un problema que va arrastrando desde un tiempo, o que se está originando ahora pero por otras causas.
Como todo proceso de adaptación, ponerse en marcha tras las vacaciones también supone un esfuerzo y requiere unos tiempos mínimos de aclimitación. Para Iñaki Piñuel son necesarias de 4 a 6 semanas para dar por finalizado dicho periodo de adaptación –el estudio de Randstad sitúa en una semana el periodo medio para que un trabajador vuelva a rendir al 100%–. Aquellos trabajadores que vuelvan a su puesto con optimismo tendrán media batalla ganada.