Tras reponerse de la sorpresa —»pero cómo me ha podido pasar a mí»—, superar la fase de la negación —»yo valgo más que todo eso»— y encajar el golpe de la frustración —»de qué sirven todos mis sacrificios»—, los desempleados dan por concluida una penosa travesía del desierto y alcanzan el punto de inflexión. «Algunos recorren estas fases más rápidamente y otros se quedan estancados. Lo deseable es llegar al punto de inflexión lo antes posible, porque es entonces, una vez que has llorado, cuando empiezas a asumir las responsabilidades de lo que te sucede y pasas del victimismo al protagonismo, aceptas tu situación y te adaptas a ella». Las palabras son de Ignacio Álvarez de Mon, autor de los libros ‘De ti depende’ (Lid Editorial) y ‘¡Eduardo, estás despedido!’ (Alienta). Este último, que recurre a un personaje de ficción para indagar en la experiencia del desempleo, mira el paro como un revulsivo, casi una oportunidad para replantearse la vida. Así es como se sintió Santos Álvarez, que hoy hace una suplencia de un año como adjunto a la dirección de recursos humanos, cuando se quedó en paro: «Desde los 18 años, fue la primera vez que me preguntaron qué quería hacer».