Daniel Patricio Jiménez
Profesor del máster en dirección de personas y desarrollo organizativo de ESIC
Los nuevos métodos de trabajo, la forma de pensar de los directivos, cambiarán en este siglo. La intuición y el adelantarse a los acontecimientos deberán formar parte de nuestra nueva rutina, frente a lo que actualmente se consideran «cualidades de unos pocos aventajados». Ser predictivo e intuitivo serán características inseparables e inherentes al nuevo talento empresarial. Necesitamos líderes predictores, que a su vez sean portadores de valores, impulsando y fomentando el cambio permanente.
El futuro empieza por el humanismo, lo cual se traduce en generar una conciencia colectiva donde los problemas de los demás son problemas míos, dicho de otra manera, hacer de nuestros éxitos algo colectivo. Y lo anterior sólo es posible si reconocemos y aprendemos de nuestros errores.
Cambio e incertidumbre serán indicadores permanentes en la nueva gestión empresarial, donde la estacionalidad ha dejado de existir, y deberemos manejarlos con naturalidad. La presente crisis rompe una época, evidenciando cómo experiencias anteriores ya no son suficientes para encontrar soluciones actualmente válidas. Necesitamos visionarios, directivos que den un salto a la imaginación, que redescubran el siglo XXI y den respuestas al pulso que la sociedad actual plantea.
La nueva formación deberá reinventarse, acentuado aspectos sustanciales de la persona del directivo, que aseguren conductas deseadas en los mercados. La especialización, la globalización, la visión internacional serán claves de la formación de postgrado, unido a una eficaz adecuación a las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación.
Los estilos de dirección ya no tienen significado en las empresas actuales. El concepto que hemos manoseado de liderazgo se basa en el fondo en un modelo caduco e inmovilista. El inmovilismo se traduce en el «no hacer, ya llegará la próxima» o «nunca es el momento oportuno para poner las cosas en su sitio». Muchos de los que se creen líderes- ante su propia falta de convicción-, hacen que su gente trabaje para paliar el miedo al «qué me dirán si me equivoco». La experiencia confirma que este tipo de liderazgo lleva a las organizaciones a situaciones sin retorno.
Sin embargo, todo lo expuesto es compatible con retomar a ciertos valores. No hay que renegar de lo que sigue siendo válido. La crisis actual ha puesto en evidencia el precio que estamos pagando y que seguiremos pagando ante la falta de transparencia, claridad, honestidad, lealtad… Es cierto que ello exige reciprocidad, pero, al mismo tiempo y, no menos, un auténtico compromiso, para lo cual es imprescindible creer en lo que se hace.